jueves, 12 de abril de 2012

Juego de Ojos / Memoria de Los heraldos negros

Miguel Angel Sánchez de Armas
Memoria de Los heraldos negros


El traje que vestí mañana 
no lo ha lavado mi lavandera: 
lo lavaba en sus venas otilinas, 
en el chorro de su corazón, 
y hoy no he de preguntarme 
si yo dejaba el traje turbio de injusticia. 
Trilce 

El 15 de abril se cumplen 74 años de la muerte de César Vallejo, un mes después del aniversario 120 de su nacimiento. A casi cien años de que el poeta peruano comenzara a dar a la poesía universal su impronta memorable, su obra sigue igual de vigorosa y vigente, quizá más porque escasos han sido los grandes bardos que puedan opacar su legado. Esto lo apunto como dato y con cierta tristeza.

¿Habría quien dijera de Vallejo, a su muerte, lo que Pope de Newton? También los poetas dispersan las tinieblas y crean la luz con la palabra. Espero que esto no sea una exageración. Creo que con un alud de imaginación y originalidad, el peruano le torció definitivamente el cuello al cisne modernista de muy engañoso plumaje para dar a luz la poesía vanguardista y comprometida que causó escozor en la sociedad peruana de su época, como habría de suceder en otros lares en donde surgió, incluso en aquellos “más desarrollados”. Pienso en Archibald MacLeish, contemporáneo de Vallejo, quien desde la capital del imperio postuló que la poesía y la revolución política encuentran terreno común en un mundo cambiante: “Hay una muy buena razón por la que la relación de la poesía con la revolución política debiera interesar a nuestra generación. La poesía, para la mayoría, representa la intensa vida personal del espíritu único. La revolución política representa la intensa vida pública de una sociedad con la cual el espíritu único debe, pero no debe, hacer su paz. La relación entre ambas contiene un Juego de ojos 2 conflicto que nuestra generación entiende: el conflicto entre la vida personal de un hombre, y la vida impersonal de muchos hombres.”

Vallejo comenzó a escribir muy joven y tuvo una vida literaria productiva de sólo 22 años, pues murió a los 46. En su mundo los intelectuales se formaban en la aurora, los hechos transcurrían de manera vertiginosa y quienes sentían el llamado de la reflexión y de participar activamente en la vida social y política, eran impelidos a crecer al ritmo de un mundo que parecía correr.

César comienza a publicar en 1916, en la convulsión de la Primera Guerra Mundial, conflicto que involucró a muchos países y afectó en distinto orden a casi la totalidad del planeta. Poco más tarde vivió la primera revolución socialista del mundo, aquella que transformaría no sólo a la Rusia zarista sino al mundo entero a lo largo del siglo XX, porque dio lugar a tesis sociales, políticas y económicas que polarizaron al planeta: sus consecuencias se resintieron independientemente del lado que se estuviera.

Una de las repercusiones más interesantes fue la aparición de propuestas estéticas que latían al compás de movimientos sociales mundiales, regionales y locales. No se trata de una explicación simple que asimile las formas literarias a tal o cual ideología o al misterio del arte, sino de una gran complejidad artística que acompañaba a un mundo complejo.

Al analizar la producción literaria latinoamericana de esa época, José Carlos Mariátegui distinguía tres periodos: uno colonial, otro cosmopolita y otro nacional. El primero era el que se explicaba por la supeditación social y política que significó la Colonia; en el segundo se podían percibir elementos provenientes de la producción literaria de otros países y el tercero es en el que se logra un lenguaje propio. Varios escritores, entre la tercera y la quinta década del siglo XX lograron ese lenguaje que fue conformando una copiosa producción latinoamericana, como podemos ver, por mencionar sólo a tres, en Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Octavio Paz. La narrativa también fue una veta sumamente pródiga.

Mariátegui no era sólo un acucioso teórico social sino también un excelente analista literario. Las páginas de la revista Amauta, que fundó en 1926, fueron Juego de ojos 3 visitadas por las plumas más creativas de la época. Borges, Martí, Unamuno, André Bretón y muchos más publicaron en Amauta. Por supuesto, también César Vallejo, quien gozaba de la admiración de Mariátegui. En Siete ensayos sobre la realidad peruana, uno de los textos clásicos de la teoría latinoamericanista, Mariátegui incluye a César Vallejo en el apartado sobre literatura, donde lo describe como el precursor de una nueva conciencia y una nueva poética peruana.

No estaba equivocado Mariátegui. Sin embargo, la transición entre los tres periodos que visualizó en las letras peruanas, esquema aplicable en realidad a prácticamente toda la literatura latinoamericana, significa rupturas, representaba dejar atrás tradiciones. Estas novedades están acompañadas a menudo de incomprensión. Quizá fue por ello que César Vallejo sintió pequeño el patio literario en el que se movía en Perú y fue el impulso que lo llevó a buscar nuevos aires literarios a Europa, donde encontró el ambiente creativo que buscaba… y también la intolerancia política.

Los heraldos negros fue el primer poemario que publicó Vallejo, en 1919, cuando aún vivía en Perú. La fuerza expresiva de estos poemas los ha mantenido a salvo del paso del tiempo. Puedo decir que el poema introductorio, que lleva el mismo nombre del libro, es quizá uno de los más lúcidos, inteligentes y desafiantes que se hayan escrito. Una ayuda de memoria para los poco aficionados a la poesía:

Hay golpes en la vida tan fuertes…¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma…¡Yo no sé!
Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas
O los heraldos negros que nos manda la Muerte.


La obra se Vallejo, pues, no está en el preciosismo apolítico, sino que nos ofrece una sustancia telúrica, pero, y ahí encuentro una paradoja hechicera, pues como dice mi amigo, el perdido en los Alpes, “[…] hay otra clave, que es la diferencia fundamental entre la poesía (y la literatura) del mundo anglo-euro con la del mundo latinoamericano. Dice [MacLeish] y en tiempo futuro, que para los poetas ‘American as well as English ... the time is near’. Pero a esa altura del partido unas cuantas decenas de poetas ya habían dado la vida en América Latina por causas políticas; y ni hablar de las centenas de políticos que en algún momento de su vida incursionaron por la poesía. Pero digo mal; en Nuestra América no hay políticos por un lado y poetas por otro. Es todo una ensalada maravillosa de luces y sombras que a mí me presentan un poeta más humano que el purista de academia o biblioteca. Lo que para MacLeish fue una posibilidad de generaciones futuras, para gente como César Vallejo fue un rito de pasaje tan natural como hacer el amor en un cementerio. La mezcla de periodistas, poetas, políticos todavía aterra y fascina en algunos antros académicos euro-yanquis”.

Yo a mi vez citó otro fragmento del estadounidense: “La verdadera maravilla no es aquella que los diletantes literarios dicen sentir: la de que la poesía deba ocuparse tanto de un mundo público que tan poco le concierne. La verdadera maravilla es que la poesía se ocupe tan poco de un mundo público que le concierne tanto”.

La lectura de la obra de Vallejo y de muchos otros escritores latinoamericanos que contribuyeron a darle brillo a las letras de nuestro continente hoy es sólo material para quienes tienen interés específico en la poesía o en la literatura. Entre las limitaciones de los programas de estudio -por ejemplo del bachillerato, que intentan abarcar una gran cantidad de contenidos para que los estudiantes aprueben los exámenes de evaluación- nuestros jóvenes han perdido la oportunidad de conocer a poetas que nos han dado sentido de pertenencia y momentos luminosos de la experiencia poética.
Recuperemos, pues, a César Vallejo.


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
3/3/12
@sanchezdearmas
www.sanchez-dearmas.blogspot.com
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lunes, 29 de noviembre de 2010

Juego de ojos / Conspiración en el paraíso verde





Miguel Ángel Sánchez de Armas

Un felino enorme y metiche. Un sujeto duro y descorazonado que hace pareja con otro blandengue y pocoseso. Un diminuto can y una sabihonda y parlanchina adolescente: tales son los integrantes de la improbable pandilla que viaja por un lejano país en busca de un palacio verde que regentea un misterioso personaje quien según la leyenda tiene el poder para cumplir los más oscuros deseos y los medios para satisfacer los caprichos más desorbitados. En su aventura, la banda no duda en valerse del engaño, la traición y la hechicería para lograr su meta. Dos mujeres son asesinadas, numerosos seres exterminados y varios pueblos sometidos a los apetitos de la quinteta en el transcurso de la historia que culmina con el exilio del regente del palacio verde y la usurpación de su trono.

¿La síntesis de la próxima telenovela del Ajusco? ¿Resumen del guión para una nueva película de Schwarzenegger ahora que la hacienda californiana ya no le pagará un salario? ¿Encriptación del plan para invadir Irak y capturar a Hussein? ¿Presentación de un nuevo reality show en el canal de las estrellas?

Nada de eso. Es la síntesis de una obra perfectamente apta para toda la familia, un icono de la literatura infantil. Los menores de 40 años quizá no le encuentren un timbre conocido, pero los de mi generación ya habrán identificado la trama de El mago de Oz, la obra de Lyman Frank Baum que por estas fechas cumple la respetable edad de 110 años –uno menos para ser todo un hobbit de la literatura.

Confieso que siendo devoto de la literatura juvenil y fanático de la fantástica y de la ciencia ficción, el tal Mago de Oz y sus personajes nunca me han simpatizado. Tampoco me gustó la famosa película -salvo el tema musical del arcoíris. La historia no me parece lo suficientemente mágica. Ingeniosa, tal vez, pero sin encanto. Es un libro, ¿cómo decirlo?, sin sorpresas... predecible.

Creo que Baum intentó parafrasear Alicia en el país de las maravillas que se había publicado 35 años antes, en 1865, con la intención de servir una obra más popular o menos elaborada. Pero las diferencias entre Baum y Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson) los colocan en categorías muy separadas. Además de escritor, Carroll era un matemático que enseñaba en Oxford y había publicado textos eruditos (Euclides y sus rivales), mientras que Baum careció de una educación formal y a lo largo de su vida fue un multiusos soñador, romántico y nada práctico.

No se requiere un estudio comparativo para encontrar el paralelismo. Baum imagina que un huracán levanta una casa y la deposita en un lejano país fantástico en donde una niña, Dorotea, vivirá una serie de aventuras. Carroll, por su parte, hace que otra niña, Alicia, caiga en un pozo que la llevará a una tierra fantástica en donde vivirá una serie de aventuras. Las semejanzas aquí se agotan. Alguien me podría increpar la injusticia de juzgar con criterios del 2010 un libro publicado hace 110 años y en principio tendría razón, pero sólo en principio. La citada Alicia... y El viento entre los sauces, dos libros que recuerdo en este momento de la literatura infantil sajona, han resistido admirablemente el paso del tiempo y se dejan leer con magia y encanto, cosa que no encuentro en el de Baum.

Hace tiempo que esto me inquieta. Es un problema mío, desde luego, porque en Estados Unidos el libro es objeto de veneración –aunque pienso que no necesariamente de lectura- y sus personajes, frases y situaciones son parte del idioma y la cultura urbana. Goodbye Yellow Brick Road de Elton John, o el apodo de la pequeña hija de Harrison Ford en Vuelo presidencial, “Munchkin”, son dos ejemplos entre cientos que podrían citar. Y que la obra de Baum goza de admiración extendida entre los primos del norte se confirma en la edición conmemorativa del centenario del libro, publicada en el 2000 y prologada ni más ni menos que por John Updike, Daniel P. Mannix, Ray Bradbury, Gore Vidal y Nicholas von Hoffman.

Desde el primer capítulo le encuentro peros (no sólo yo: la obra ha sido criticada y en algún momento los libros de Baum fueron vetados en las bibliotecas escolares de los pecosos del norte):

En una árida planicie de Kansas vive la huérfana Dorotea con sus tíos y un perro en una casa de madera que un tornado eleva por los aires con la niña y el can en su interior. Eventualmente caen a tierra y aplastan a una poderosa bruja que tiene esclavizada a la comarca desde dios sabe cuándo. Es de suponer (porque Baum no lo dice), que en ese instante la hechicera se agachó a ajustarse un zapato y se descuidó. Dorotea se calza las sandalias de plata que toma del cadáver de la que sabemos era la Malvada Bruja del Este... y ahí comienzan sus aventuras.

Pues no me cuadra. Aplastar con tal facilidad a una hechicera tan poderosa como se nos hace creer, es como si Supermán se bebiera inadvertidamente un licuado de kriptonita, o que Puk y Suk atraparan y guisaran en cañabar a Tsekub Baloyán, o que Regino Burrón se sacara la lotería, o que Avelino Pilongano trabajara medio día. ¡Y la trama! Sólo las que semanalmente asesta en la pantalla una rechoncha, anodina y predecible presentadora de televisión xalapeña pueden ser más aburridas que la de ese libro

Los personajes también me causan problema. El León, el Espantapájaros y el Hombre de Hojalata con el perro, Dorotea y el propio mago de Oz, abusan del hilo narrativo –sí, también el can. Una miríada de caracteres que chocan entre sí, desde monos alados hasta diminutos seres de porcelana, con un tutti fruti de horrendos monstruos que son puntualmente liquidados como si película de James Bond se tratara, entorpece la historia. Cuando quiero saber más de Dorotea o de las cavilaciones del leñador de hojalata que antes fue hombre, puede aparecer un payaso de porcelana cuyo placer es romperse una y otra vez, o saltar a escena algún engendro con los ojos en la panza.

En el libro sin duda se encuentran todos los elementos para una narración fantástica en el más amplio sentido de la palabra. ¿Por qué pues -por lo menos desde mi óptica- se diluyen? Mi única explicación es que es un libro sin sorpresas, producto de la pluma de un escritor muy menor... y que me perdonen Hollywood y el Home Security Department.

¿Y qué decir de la película? Francis Gumm –mejor conocida como Judy Garland- recibió un Oscar especial por su papel de Dorotea e inició una exitosa carrera cinematográfica que de alguna manera se ve continuada en su hija, la talentosa Liza Minelli. Todos los especialistas dicen que El mago de Oz es uno de los iconos del cine sonoro y la literatura especializada la coloca al lado de clásicos como King Kong, Drácula, El doctor Frankenstein y La momia. Pero... bueno, mejor réntela en su videocentro favorito y luego platicamos.

Lyman Frank Baum nació el 15 de mayo de 1856 en Chittenago, Nueva York, hijo de un pequeño empresario y de una severa episcopaliana que controlaba con puño de acero a su familia. Fue un niño enfermizo y débil, el séptimo de nueve hermanos, que no pudo asistir a la escuela y debió recibir clases particulares en casa. Como ha sido el caso de muchos otros escritores, muy pequeño aprendió a leer y pasaba días enteros en la biblioteca paterna, en donde sufrió ataques de pánico al encontrarse con las brujas y monstruos de los cuentos infantiles, lo cual, dicen sus biógrafos, le hizo jurar que de grande escribiría historias que no asustaran a los niños.

Como regalo de catorce años recibió una pequeña prensa con la que él y su hermano iniciaron la publicación de un periódico que distribuían entre los vecinos del barrio. A los 17 fundó The Empire y una revista especializada en filatelia. A partir de entonces desempeñó una larga serie de oficios: vendedor, reportero, impresor, director de una cadena de teatros y actor, entre otros. En 1882 se casó con Maud Gage, hija de una prominente feminista. Siguieron años de problemas económicos y de salud. En 1891 se establecieron en Chicago en donde por las tardes leía los cuentos de Mamá Ganso a los niños que se reunían en la sala de su casa. Y como los pequeños no atinaban a comprender por qué un ratón trepaba a un reloj o cómo una vaca podía saltar sobre la luna, Lyman comenzó a inventar sus propias historias y a escribirlas a insistencia de Maud. Así nació la serie de catorce libros sobre Oz que después de su muerte continuaron varios escritores, produciendo veintenas de volúmenes.
Pero fue uno sólo, El mago de Oz, el que le consagró e inmortalizó su nombre, y que dio pie a la película musical (1939) convertida en un clásico, aunque ya antes, en 1901, el propio Baum había adaptado un espectáculo musical que fue muy popular y durante nueve años estuvo de gira por diversos estados. Baum intentó lo mismo con otras obras de la serie Oz, sin éxito.

Lyman Frank Baum murió de un infarto el 6 de mayo de 1919, unos días antes de su cumpleaños 63, debilitado por los problemas cardiacos que desde niño padecía. En su última época apenas tenía fuerzas para escribir un poco todos los días. Mandó guardar en una caja de seguridad dos manuscritos para ser publicados cuando la enfermedad lo postrase. Así, ese hombre melancólico y generoso, investido a su muerte con el título de “Real historiador de Oz”, se puso para siempre a salvo de los espantos de los cuentos infantiles.


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
24/11/10

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martes, 9 de noviembre de 2010

Transición Mediática, únete a la discusión



En la Universidad de Xalapa recibimos con gusto este evento que se realizará como una celebración a la evolución de los medios y la comunicación, en la ciudad de Xalapa y en las instalaciones de nuestra Universidad.

El Festival Transición Mediática es el momento para unirse a la discusión y escuchar argumentos y temas como la convergencia digital, el cambio tecnológico y el desarrollo de la red en comunicación, publicidad, medios y mercadotecnia. Los tópicos son alimentados por los usuarios de los nuevos medios, por eso ¡sigue nuestra diversas emisiones interactivas, utilízalas y haz alguna pregunta!

Hemos preparado una alineación de expertos que debatirán sobre la red, la tecnología móvil, el futuro de la comunicación y todos los temas que nos sugieras.

En el marco de nuestro intercambio, premiaremos a lo más destacado del mundo de la radio y los blogs concebidos para la red, además de charlas y demostraciones de los flujos de trabajo de producción de contenidos digitales.
Para los estudiantes, profesionales y estudiosos de la información, la comunicación y la mercadotecnia esta es una oportunidad de platicar, hacer red (networking) y conocer nuevos amigos o contactos de negocio


Juego de ojos / El silencio como género literario



Miguel Ángel Sánchez de Armas

“El 15 de mayo de 1939, Isaac Bábel, un escritor cuya celebridad le había ganado el privilegio de una dacha en el campo, fue arrestado en Peredelkino e internado en la prisión moscovita de Lubyanka, sede de la policía secreta. Sus escritos fueron confiscado y destruidos –entre ellos textos a medio terminar, obras de teatro, guiones cinematográficos y traducciones. Seis meses después, al cabo de tres días y noches de inmisericordes interrogatorios, se declaró culpable de un falso cargo de espionaje. Al año siguiente fue sometido a un breve juicio clandestino en las últimas horas del 26 de junio. Bábel se retractó de su confesión inicial y clamó su inocencia y, a las 01:40 de la madrugada siguiente, fue ejecutado sumariamente por un pelotón de fusilamiento. Su última súplica no fue en su beneficio, sino por el poder y la verdad de la literatura: ‘¡Permítaseme terminar mi trabajo!’”

Este es el estremecedor párrafo inicial de la Introducción de Cynthia Ozick a las Obras Completas de Isaac Bábel aparecidas a mediados del 2002 gracias a la amorosa dedicación y energía de Nathalie Bábel, la hija del escritor que muy pequeña fue enviada al exilio para salvarle la vida, pues su permanencia en la URSS en los aciagos días de la construcción del socialismo y como hija de un contrarrevolucionario la hubiera condenado al mismo fin que su padre. Es curioso y revelador del carácter de Bábel, el que al igual que Gorki, nunca pudo vivir mucho tiempo fuera de su país: gracias a los contactos y a la presión ejercida por André Malraux sobre las autoridades soviéticas, Isaac obtuvo un visado para salir a un congreso de escritores e intelectuales socialistas en París cuando ya la KGB lo tenía en la lista de “enemigos del Estado”. Sin embargo, en vez de permanecer fuera de la URSS a salvo y continuar su obra literaria, decidió regresar a su amada tierra en donde encontró la suerte que ya conocemos.

La versión oficial soviética mantenida hasta antes del colapso de la cortina de hierro sostenía que Isaac Bábel había fallecido en un campo de concentración en Siberia el 17 de marzo de 1941. Hoy conocemos la verdad: fue ejecutado en la oscuridad. Se confirma que los represores de la inteligencia son los mayores cobardes, incapaces de asumir la responsabilidad de sus brutalidades. (¿Recuerda el lector el caso del militar argentino Alfredo Astiz, apodado “El ángel de la muerte”, quien en las mazmorras era inmisericorde con mujeres, niños y monjas... siempre que estuvieran debidamente maniatados? Pues este sujeto fue el primero en rendirse en las Malvinas sin soltar un solo disparo cuando se vio frente a un soldado inglés, y cuando la justicia lo alcanzó anduvo gimiendo en los rincones que sus “derechos humanos” ¡estaban siendo violentados!) El sadismo y la cobardía son componentes sine qua non del espíritu represor.

Obras Completas de Isaac Bábel reúne todos los textos publicados del escritor e incluye algunos que fueron recuperados del olvido, retraducidos todos nuevamente del ruso por Peter Constantine, lo cual da al volumen una extraordinaria coherencia estilística que sin duda es el homenaje debido a uno de los mayores autores rusos de todos los tiempos a setenta años de su asesinato.

Bábel fue una entre millones de víctimas del padrecito Stalin, el zafio y brutal georgiano quien con su alma gemela Lavrenti Beria se propuso edificar el edificio del socialismo mundial sobre cimientos de sangre, lágrimas, dolor y carne de cañón. Como todos los dictadores, vivió inficionado por un enfermizo terror a la inteligencia. El tiempo colocó al padre de los pueblos soviéticos al lado del cabo austriaco, quien también alcanzara el poder montado en la desesperanza de sus pueblos. Por ello se entendieron tan bien en un pacto secreto. Por ello no vacilaron en sacrificar a millones de compatriotas cuando ese pacto se vino abajo. Por ello hoy no distinguimos quién fue más sanguinario y no diferenciamos cuál persiguió con mayor ferocidad a los creadores y a los artistas, seres por definición aborrecibles para las dictaduras de cualquier signo. ¿Hay acaso alguna diferencia entre las quemas de libros en Berlín y las ejecuciones de escritores en la Liubyanka?

Es sorprendente y a fin de cuentas debemos agradecer en términos históricos –si se me permite el uso de esta expresión tan poco apropiada-, la patológica meticulosidad con que los represores del KGB guardaron el registro de sus brutalidades –igual que en su momento la Gestapo o los servicios de inteligencia chilenos, argentinos o mexicanos... como vemos con las revelaciones que afloraron de los recién abiertos archivos de nuestra propia guerra sucia.

En aras de la “seguridad del Estado” estos cuerpos comisionados para aplastar toda disidencia, real o imaginaria, la documentaron con fervor religioso... gracias a lo cual hoy podemos reconstruir parte de la historia de la represión.
La última fotografía de Bábel fue tomada por un comisario en la prisión de Lubyanka poco antes de que fuera fusilado. En el pequeño recuadro en blanco y negro que se recuperó de los archivos de los interrogatorios vemos un rostro mofletudo y sereno, podría decirse que desencantado. Ni el temor ni la derrota se insinúan en la mirada de ojos saltones. Al contrario, pudiese pensarse que la expresión es una de compasión por sus verdugos.

La paciente labor del poeta Vitali Chentalinsky nos permite hoy reconstruir las jornadas de interrogación entre los muros de la Lubyanka que padeció Bábel. El escritor se declara culpable de los más absurdos crímenes: alejamiento de las masas populares, conspiración contra el socialismo, banalidad artística y ¡espionaje por cuenta de Francia!

Bábel además “delata” a sus supuestos co-conspiradores –y es obligado a incluir entre ellos a una mujer con la que sostenía una relación amorosa- en una extraordinaria redacción de su propia mano que hoy podemos leer en su verdadera intención como un documento destinado no a los fiscales, sino como denuncia para las generaciones posteriores:
“En lo que respecta a mis Cuentos de Odesa, éstos reflejaban sin duda el mismo deseo de alejarme de la realidad soviética, de contraponer a la cotidiana labor de edificación el pintoresco mundo, casi mítico, de los bandidos de Odesa, cuya descripción romántica incitaba involuntariamente a la juventud soviética a imitarlos [...] Nuestro amor por el pueblo era retórico y nuestro interés por su destino una categoría estética. No teníamos raíces en el seno del pueblo, y de ahí provenía la desesperación y el nihilismo que propagábamos.”

En las últimas horas antes de su ejecución Bábel intentó sin éxito cambiar sus declaraciones y desmentir las “denuncias” que había formulado bajo la inimaginable presión y tortura a la que fue sometido, pero no antes de haber escrito escalofriantes “delaciones”:

“[...] Abrí el frente de la literatura soviética a los estados de ánimo decadentes y derrotistas, turbando y desorientando así al lector, convirtiéndome en testimonio vivo de la teoría de la conspiración de saboteadores y provocadores en el declive de la literatura soviética. Unas cuantas frases no sirven para medir mi trabajo de destrucción, pero ahora percibo sus verdaderas dimensiones con una claridad insoportable, con dolor y arrepentimiento [...] La Revolución me abrió el camino de la creación, el del trabajo feliz y útil. Mi individualismo, las opiniones literarias erróneas, la influencia de los trotskistas bajo la cual caí desde el comienzo de mi trabajo, me desviaron de ese camino.”

Durante aquellos días y noches en las mazmorras de la Lubyanka los fiscales e interrogadores transmutaron los viajes de Bábel
al extranjero en expediciones subversivas; las fiestas y eventos literarios a las que asistía en reuniones de conspiradores contra el paraíso de los trabajadores y la relación con artistas en conjuras contra el Estado. Así, Malraux pasó de ser escritor a promotor de la sedición.

La monstruosidad se acrecienta, si ello fuera posible, porque Bábel, igual que Gorki, fue un decidido partidario de los bolcheviques. Se unió a ellos desde 1917 y durante la guerra civil lo nombraron comisario político en el ejército rojo. De hecho su célebre Caballería Roja, publicado en 1926, recoge sus vivencias de guerra de aquella época. Los Cuentos de Odesa aparecieron al año siguiente, y en 1928 y 1935, las obras de teatro Zakat y Mariya respectivamente.

En una biografía de su padre publicada en 1964, Nathalie Bábel recuerda: “Fue en 1923, durante su estancia en las montañas, que mi padre comenzó a escribir los cuentos que eventualmente se incluyeron en Caballería Roja. El darles la forma deseada era para él una tortura permanente. A mi madre le leía versión tras versión, y ella las recordaba de memoria treinta años después. En 1924 mis padres se mudaron a Moscú. Los primeros cuentos de mi padre se publicaron por esa época y se hizo famoso de un día para otro.”

Isaac Bábel nació hace 116 años, el 13 de julio de 1894 en el puerto ucraniano de Odesa. Su padre fue un modesto tendero judío. Siendo muy niño la experiencia de vivir un pogromo lo marcó profundamente. Ya mayor se mudó a Kiev en donde eventualmente conoció y fue protegido por Máximo Gorki, quien publicó dos de sus cuentos en la revista Letopis, mas la censura consideró que contenían una carga erótica (¡el erotismo, otra bête noire de los represores y censores!) y Bábel fue procesado bajo el artículo 1001 del código criminal. Quizá por ello y por un creciente desencanto ante el giro que tomaban los ideales de la Revolución, Isaac se fue alejando del régimen y se convirtió en un crítico de Stalin. En represalia, el régimen se encargó de que no pudiera publicar, y en la primera asamblea de la Unión de Escritores Soviéticos en 1934, Bábel exclamó ante sus colegas: “He inventado un nuevo género: ¡el género del silencio!

Más de seis décadas después, el amor de una hija redime al padre. Obras completas de Isaac Bábel es un ejemplo más de que la luz de la palabra es lo único que puede vencer a las tinieblas de la represión.

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
3/11/10

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sábado, 30 de octubre de 2010

Juego de ojos / Morir de amor

Miguel Ángel Sánchez de Armas



En El Lencero, muy cerca de Xalapa, habita el casco de una hacienda que fue de Santa Anna. Es una casona bella y fresca, rodeada de jardines y junto a un lago en el que nadan altivos cisnes negros. Un costado es presidido por la capilla que el Generalísimo levantó para una de sus bodas. El visitante que pasea por los prados o busca la sombra de una higuera centenaria, si es sensible y de espíritu abierto, puede escuchar el murmullo de voces del pasado y sentir cómo, en pequeñas pulsaciones, un efluvio de cantos apenas perceptibles penetra en su alma y la ilumina. La alegría resultante no se explica bien a bien, pues difícilmente esa magia podría conectarse al “seductor de la Patria”. Se sigue, entonces, que otra presencia hay entre la verdura de la comarca. Y esa otra presencia, señoras y señores, es nada menos que la de Gabriela Mistral, cuya efigie en bronce se alza al oriente del conjunto cual centinela en perpetua contemplación del paisaje que tanto amó.

Son pocos los mexicanos que no han oído hablar de Gabriela Mistral, pero quizá no tantos sepan que nació en Chile como Lucila Godoy Alcayaga, que fue la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel, que se sentía mexicana y que, en un sentido poético, murió de amor. Los veracruzanos y en particular los xalapeños deben celebrar que la efigie de la poeta vigile la comarca y que su mirada esté siempre en sobre ellos.



Su fama como poetisa (aunque ella prefería llamarse poeta) comenzó en 1914 con un premio en los Juegos Florales de Santiago por sus Sonetos de la muerte, inspirados, se dice, en el suicidio de Romelio Urieta, su primer amor. En ese concurso se presentó con el seudónimo que desde entonces la acompañó toda su vida y que es un homenaje a Gabrielle d’Annunzio y a Frédéric Mistral, por quienes tenía una profunda devoción. (Esto de adoptar apelativos es algo maravilloso que asusta a los espíritus chatos y a las almas pequeñas. El enorme compatriota de la Mistral, quince años menor que ella, Pablo Neruda, había nacido Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y adoptó el apellido de Jan Neruda, uno de los fundadores de la lengua literaria checa entre cuya obra se encuentra el delicioso tomo Historias de la Mala Strana publicado en español allá por los setentas en la desaparecida Editorial Sudamérica.)

Su vida fue de una intensidad ejemplar. A los catorce años comenzó a publicar en periódicos de su natal Vicuña, Chile, como El Coquimbo, La Voz de Elqui y La Reforma. Y desde el principio de su carrera se refugió en distintos seudónimos: “Alma”, “Soledad” y “Alguien” fueron algunos de los nomes de plume con que la niña Lucía firmaba sus colaboraciones y que hoy nos hablan de la naturaleza de aquellos primeros artículos, pues esta mujer fue desde siempre un ser que vivió en y para el amor.

El padre de Gabriela era un modesto profesor rural y su hija a los 18 años abrazó esa profesión. Fue directora de varias escuelas y obtuvo reconocimiento como educadora. Las aulas dejaron muchas cosas a la joven: el amor a los niños, traducido en una vasta obra poética que hoy continúa recitándose en salones de todo el continente; el amor a la educación, y el amor por Romelio Urieta. Romelio se suicidó y la leyenda dice que Gabriela vivió el suicidio como una pérdida irreparable. La obra de la poeta sugiere tal cosa, aunque ella misma lo desestimó.

En “Ausencia” creemos adivinar el dolor profundo de la mujer que ha perdido el amor y la razón de vivir. Un fragmento:
Se va de ti mi cuerpo gota a gota. / Se va mi cara en un óleo sordo; / se van mis manos en azogue suelto; / se van mis pies en dos tiempos de polvo. // ¡Se te va todo, se nos va todo! // Se va mi voz, que te hacía campana / cerrada a cuanto no somos nosotros. / Se van mis gestos, que se devanaban, / en lanzaderas, delante de tus ojos. / Y se te va la mirada que entrega, / cuando te mira, el enebro y el olmo. // Me voy de ti con tus mismos alientos: / como humedad de tu cuerpo evaporo. / Me voy de ti con vigilia y con sueño, / y en tu recuerdo más fiel ya me borro. / Y en tu memoria me vuelvo como esos / que no nacieron ni en llanos ni en sotos. // […] ¡Se nos va todo, se nos va todo!

Romelio se ausentó del pueblo en busca de trabajo y a su regreso reprochó a Gabriela un chisme propalado por los ociosos que nunca faltan. Esto llevó al rompimiento. Tiempo después el joven se vio envuelto en un asunto de desfalco de fondos en la empresa en donde trabajaba, situación que aparentemente lo llevó a quitarse la vida. No se mató por el amor de la poeta.
En una “autobiografía” publicada en la revista Mapocho en 1988, la propia Gabriela se encarga de precisar los límites de aquel amor trágico:

“[…] digo con la franqueza ruda con que hablo a los propios, que me cuesta un mundo entrar en un comentario amoroso de mí misma. A pesar de la publicidad cruda y no poco repugnante a que han llegado los biógrafos respecto de los escritores, nunca entenderé y nunca aceptaré que no se nos deje a nosotros, lo mismo que a todo ser humano, el derecho a guardar de nuestros amores cuando nos hemos puesto y que por alguna razón no dejamos allí razones de pudor, que tanto cuentan para la mujer como para el hombre. […] Romelio Ureta no era nada parecido, ni siquiera era próximo a un tunante cuando yo le conocí. Nos encontramos en la aldea de El Molle cuando yo tenía sólo catorce años y él dieciocho. Era un mozo nada optimista ni ligero y menos un joven de zandungas. Había en él mucha compostura […] Por tener decoro se mató. Nos comprometimos a esa edad. Él no podía casarse conmigo contando con un sueldo tan pequeño como el que tenía y se fue a trabajar unas minas no recuerdo donde. Volvió después de una ausencia larga y me pidió cuentas a propósito de murmuraciones tontas que le habían llegado sobre algún devaneo mío. Yo vivía desde que él se fue con mi vida puesta en él, no me defendí la mitad por aquella timidez que me dejó muda aceptando mi culpa en la escuela de Vicuña y creo que la otra mitad por esa excesiva dignidad que me han llamado soberbia muchas veces. La queja me pareció tan injusta que pensé entonces, como pienso hoy mismo, que no debía responderse y menos hacer una defensa. Por eso rompimos y las novelerías necias tejidas en torno de este punto no son sino cosa de charlatanes.”

Se fue con mi vida puesta en él. No recuerdo una metáfora de separación más bella. Luego diría, en el poema “Besos”: Hay besos que pronuncian por sí solos / la sentencia de amor condenatoria, / hay besos que se dan con la mirada / hay besos que se dan con la memoria.

Y como para no dejar lugar a dudas sobre el dolor que puede provocar el amor, escribe: Hay besos que calcinan y que hieren, / hay besos que arrebatan los sentidos, / hay besos misteriosos que han dejado / mil sueños errantes y perdidos.
Gabriela llegó a ser directora de varios liceos. Fue una destacada educadora y desde muy joven visitó México, país al que amó al grado de sentirse mexicana. Aquí fue una decidida militante de la reforma educativa de José Vasconcelos. En Estados Unidos y Europa estudió las escuelas y métodos educativos. A partir de 1933, y durante veinte años, desempeñó el cargo de cónsul de su país en ciudades como Madrid, Lisboa y Los Ángeles.

Los poemas para niños de la Mistral se recitan y cantan en muy diversos países. Hay en ellos aires juguetones que para mi gusto los hacen primos hermanos de las canciones infantiles. A riesgo de ser satanizado, propongo que Gabriela y nuestro Gabilondo juguetearon en los mismos jardines. Vea el lector esto: El lagarto está llorando. / La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos. // Han perdido sin querer / su anillo de desposados.
En 1945 Gabriela recibió el Premio Nobel de Literatura, primera ciudadana de Latinoamérica en obtener ese galardón. En 1951 obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país.

A su primer libro de poemas, Desolación (1922), le siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y otros. Su poesía, llena de calidez, emoción y marcado misticismo, ha sido traducida al inglés, francés, italiano, alemán y sueco, e influyó en la obra de muchos escritores latinoamericanos posteriores, como Pablo Neruda y Octavio Paz.

Dicen los expertos: “Considerada como una escritora modernista, su modernismo no es el de Rubén Darío o Amado Nervo, ya que ella no canta ambientes exóticos de lejanos lugares, sino que se sirve de su estética y musicalidad para poetizar la vida cotidiana, para ‘hacer sentir el hogar’”.


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
27/10/10
Si desea recibir Juego de ojos en su correo, envíe un mensaje a: juegodeojos@gmail.com

jueves, 21 de octubre de 2010

Juego de ojos/“He tenido una vida maravillosa”

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Es posible que Ludwig Josef Johann Wittgenstein haya sido el más influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después de Emmanuel Kant. Este hombre singular, que se me antoja un personaje de Buñuel, publicó en vida un solo libro... pero eso sí, el libro, el corpus definitorio, el crisol de las respuestas a todos los problemas de la filosofía. ¡Ni más ni menos!


He aquí una personalidad arrebatadora en el cosmos del sophós poblado por espíritus superiores. Figura de culto, despreciaba lo público e incluso construyó una cabaña aislada en Noruega para vivir en total reclusión. Su sexualidad era ambigua y probablemente fue homosexual, aunque qué tan activo aún es materia de discusión. Fue un niño brillante y tartamudo, vástago de una de las familias más acaudaladas del Imperio Austro-Húngaro. Sus tres hermanos mayores, Hans, Kurt y Rudolf, se suicidaron. Inicialmente se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas lo llevaron a la filosofía. Fue el más brillante alumno de Bertrand Russell. Se enlistó como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino.

Heredó una fortuna a la muerte de su padre y la regaló. Trabajó como ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños, portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto. Curioso curriculum vitae para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”. Al repasar su vida, pienso que Ludwig no era de este mundo. Por lo menos no permitió que ninguna atadura social lastrara su inteligencia y sin miramientos se deshizo de prácticamente todas las convenciones para dedicar su tiempo a lo trascendente. Estoy seguro que su alta como voluntario en el ejército no fue originada en un sentido patriótico o patriotero, sino que tuvo una motivación originada en sus propias turbulencias espirituales, pues fueron precisamente los cuadernos que redactó en las trincheras –y que un enemigo generoso permitió fuesen enviados a su país antes de internarlo en un campo de concentración- la base de la única obra que publicó en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus, en donde escribe que los problemas filosóficos surgen de equivocaciones de la lógica de la lengua e intenta demostrar lo que esa lógica es.

Dejemos que uno de los estudiosos de la filosofía de Wittgenstein, Carlos Salinas, nos dé su punto de vista:
“El pensamiento de Wittgenstein gira en torno al lenguaje. En su primera época consideraba que el lenguaje se asemeja a un mapa de la realidad. Luego, las proposiciones (lo que se afirma, o se niega sobre cualquier hecho), tienen sentido si describen lo que está fuera. Obviamente aquellas proposiciones que no hablan de hechos, que no representan hechos, carecen de significación (por ejemplo afirmaciones de tipo religioso o metafísico). De aquí una conclusión radical: de lo que no se puede hablar, mejor callar [...] Esta tarea de limpieza de la filosofía es tan extrema que, fuera del discurso científico, no queda nada en pie. El lenguaje corriente es defectuoso, tiene muchas proposiciones que no indican nada concreto. El complicado lenguaje corriente -afirma en el Tractatus- no puede captarse en su aspecto lógico. Es sumamente complicado y disfraza el pensamiento de la misma manera que el vestido oculta el cuerpo. En consecuencia hay que buscar el esqueleto lógico que refleja la estructura de los objetos representados. De esta manera, y poco a poco, se puede ir construyendo un lenguaje ideal apto para la ciencia y la filosofía. En esto el quehacer filosófico tiene una tarea y una restricción: no se trata de ‘decir’ lo que es, o cómo es la realidad, sino un aclarar los enredos provocados por la manera que tenemos de simbolizar las cosas (es decir: el lenguaje).
“Wittgenstein insiste, aunque irrite a más de un profesor de metafísica, que en la filosofía no hay nada oculto, todos los datos están en la mano. Preguntar ‘¿qué hora es?’ no ocasiona ningún problema, pero transformarlo en una inquisición sobre la naturaleza del tiempo nos confunde.”

Su preocupación con la perfección moral llevó a Wittgenstein en algún momento a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido que se subestimara su judaísmo. Creo que Ludwig fue atormentado durante su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo e hijo de una católica, fue bautizado en esta fe y su funeral fue asimismo católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.

Hubo en la vida de este hombre, como telón de fondo o música de acompañamiento, una espesa angustia vital que hoy apreciamos en su permanente fascinación con todo lo religioso, al grado de que en una época pensó en tomar los hábitos, aunque tampoco podemos decir que se haya comprometido con alguna religión formal. Se oponía a las interpretaciones religiosas que enfatizan la doctrina o los argumentos filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían los rituales y símbolos religiosos. Equiparaba el ritual religioso a un gesto, como cuando se besa una fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular, como “Te amo”. Como el beso, la actividad religiosa expresa una actitud.

Los Wittgenstein eran una numerosa y acaudalada familia. Karl Wittgenstein fue el más exitoso empresario siderúrgico del Imperio Austro-Húngaro y su casa atraía a personalidades de la cultura, en particular a músicos, entre ellos el compositor Johannes Brahms, quien era amigo de la familia.

Ludwig estudió en Berlín y en Manchester. Su interés en la ingeniería lo llevó a las matemáticas lo cual a su vez lo indujo a reflexionar sobre los problemas filosóficos de los fundamentos matemáticos. El filósofo y matemático Gottlob Frege le recomendó estudiar con Bertrand Russell en Cambridge, en donde impresionó tanto a Russell como a G. E. Moore.
En 1929 fue a Cambridge a enseñar en el Trinity College, y en 1939 fue nombrado ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al magisterio universitario pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en su escritura, mucha de la cual llevó a cabo en Irlanda pues prefería lugares rurales y aislados para su trabajo. Para 1949 había escrito todo el material que sería publicado después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas. Pasó los dos últimos años de su vida en Viena, Oxford y Cambridge y siguió trabajando hasta su muerte en abril de 1951. El producto de esos dos años fue publicado bajo el título Sobre la certeza. Sus últimas palabras fueron: “Díganles que he tenido una vida maravillosa”.

El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su meta es clarificar lo oscuro y confuso. Se sigue que los filósofos no deben preocuparse tanto con lo inmediato, sino con lo posible, o más bien, con lo concebible. Esto depende de nuestros conceptos y de cómo se ensamblan desde el punto de vista de la lengua. Lo que es concebible y lo que no, lo que tiene sentido y lo que no, depende de las reglas de la lengua, de la gramática.

Wittgenstein dijo que en filosofía el ganador es el que llega al último. Pero no podemos escapar a la lengua o a las confusiones a que da lugar, salvo mediante la muerte. En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar esos peligros.

“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar. Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino principalmente recordatorios de lo que todos sabemos. Este no es un papel deslumbrante, sino difícil e importante. Requiere de una capacidad casi infinita para soportar dolores (lo cual es una definición de la genialidad) y podría tener enormes consecuencias para quienquiera que sea atraído a la contemplación filosófica o que haya sido engañado por malas teorías filosóficas. Esto atañe no sólo a los filósofos profesionales sino a cualquier persona que se desvíe a la confusión filosófica, tal vez sin darse cuenta de que sus problemas son filosóficos y no, digamos, científicos.”

Los positivistas lógicos del Círculo de Viena, esa escuela que tan grande influencia ha ejercido en el pensamiento occidental, se declararon impresionados por lo que encontraron en el Tractatus, particularmente la idea de que la lógica y las matemáticas son analíticas, el principio de la verificación, y la idea de que la filosofía es una actividad enfocada a la clarificación, no al descubrimiento de hechos. Wittgenstein dijo, sin embargo, que es lo que no está en el Tractatus lo que más importa.

Recojo una anécdota que nos dejó Bertrand Russell, de cuando conoció a Wittgenstein: “Al final de su primer período de estudio en Cambridge, se me acercó y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si soy un completo idiota o no?’ Yo le repliqué: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta?’

“Él me dijo: ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero, si no lo soy, me haré filósofo’. Le dije que me escribiera algo durante las vacaciones sobre algún tema filosófico y que entonces le diría si era un completo idiota o no.
“Al comienzo del siguiente período lectivo me trajo el cumplimiento de esta sugerencia. Después de leer sólo una frase, le dije: ‘No. Usted no debe hacerse ingeniero aeronáutico’.”

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
20/10/10

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Juego de ojos/“He tenido una vida maravillosa”

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Es posible que Ludwig Josef Johann Wittgenstein haya sido el más influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después de Emmanuel Kant. Este hombre singular, que se me antoja un personaje de Buñuel, publicó en vida un solo libro... pero eso sí, el libro, el corpus definitorio, el crisol de las respuestas a todos los problemas de la filosofía. ¡Ni más ni menos!


He aquí una personalidad arrebatadora en el cosmos del sophós poblado por espíritus superiores. Figura de culto, despreciaba lo público e incluso construyó una cabaña aislada en Noruega para vivir en total reclusión. Su sexualidad era ambigua y probablemente fue homosexual, aunque qué tan activo aún es materia de discusión. Fue un niño brillante y tartamudo, vástago de una de las familias más acaudaladas del Imperio Austro-Húngaro. Sus tres hermanos mayores, Hans, Kurt y Rudolf, se suicidaron. Inicialmente se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas lo llevaron a la filosofía. Fue el más brillante alumno de Bertrand Russell. Se enlistó como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino.

Heredó una fortuna a la muerte de su padre y la regaló. Trabajó como ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños, portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto. Curioso curriculum vitae para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”. Al repasar su vida, pienso que Ludwig no era de este mundo. Por lo menos no permitió que ninguna atadura social lastrara su inteligencia y sin miramientos se deshizo de prácticamente todas las convenciones para dedicar su tiempo a lo trascendente. Estoy seguro que su alta como voluntario en el ejército no fue originada en un sentido patriótico o patriotero, sino que tuvo una motivación originada en sus propias turbulencias espirituales, pues fueron precisamente los cuadernos que redactó en las trincheras –y que un enemigo generoso permitió fuesen enviados a su país antes de internarlo en un campo de concentración- la base de la única obra que publicó en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus, en donde escribe que los problemas filosóficos surgen de equivocaciones de la lógica de la lengua e intenta demostrar lo que esa lógica es.

Dejemos que uno de los estudiosos de la filosofía de Wittgenstein, Carlos Salinas, nos dé su punto de vista:
“El pensamiento de Wittgenstein gira en torno al lenguaje. En su primera época consideraba que el lenguaje se asemeja a un mapa de la realidad. Luego, las proposiciones (lo que se afirma, o se niega sobre cualquier hecho), tienen sentido si describen lo que está fuera. Obviamente aquellas proposiciones que no hablan de hechos, que no representan hechos, carecen de significación (por ejemplo afirmaciones de tipo religioso o metafísico). De aquí una conclusión radical: de lo que no se puede hablar, mejor callar [...] Esta tarea de limpieza de la filosofía es tan extrema que, fuera del discurso científico, no queda nada en pie. El lenguaje corriente es defectuoso, tiene muchas proposiciones que no indican nada concreto. El complicado lenguaje corriente -afirma en el Tractatus- no puede captarse en su aspecto lógico. Es sumamente complicado y disfraza el pensamiento de la misma manera que el vestido oculta el cuerpo. En consecuencia hay que buscar el esqueleto lógico que refleja la estructura de los objetos representados. De esta manera, y poco a poco, se puede ir construyendo un lenguaje ideal apto para la ciencia y la filosofía. En esto el quehacer filosófico tiene una tarea y una restricción: no se trata de ‘decir’ lo que es, o cómo es la realidad, sino un aclarar los enredos provocados por la manera que tenemos de simbolizar las cosas (es decir: el lenguaje).
“Wittgenstein insiste, aunque irrite a más de un profesor de metafísica, que en la filosofía no hay nada oculto, todos los datos están en la mano. Preguntar ‘¿qué hora es?’ no ocasiona ningún problema, pero transformarlo en una inquisición sobre la naturaleza del tiempo nos confunde.”

Su preocupación con la perfección moral llevó a Wittgenstein en algún momento a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido que se subestimara su judaísmo. Creo que Ludwig fue atormentado durante su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo e hijo de una católica, fue bautizado en esta fe y su funeral fue asimismo católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.

Hubo en la vida de este hombre, como telón de fondo o música de acompañamiento, una espesa angustia vital que hoy apreciamos en su permanente fascinación con todo lo religioso, al grado de que en una época pensó en tomar los hábitos, aunque tampoco podemos decir que se haya comprometido con alguna religión formal. Se oponía a las interpretaciones religiosas que enfatizan la doctrina o los argumentos filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían los rituales y símbolos religiosos. Equiparaba el ritual religioso a un gesto, como cuando se besa una fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular, como “Te amo”. Como el beso, la actividad religiosa expresa una actitud.

Los Wittgenstein eran una numerosa y acaudalada familia. Karl Wittgenstein fue el más exitoso empresario siderúrgico del Imperio Austro-Húngaro y su casa atraía a personalidades de la cultura, en particular a músicos, entre ellos el compositor Johannes Brahms, quien era amigo de la familia.

Ludwig estudió en Berlín y en Manchester. Su interés en la ingeniería lo llevó a las matemáticas lo cual a su vez lo indujo a reflexionar sobre los problemas filosóficos de los fundamentos matemáticos. El filósofo y matemático Gottlob Frege le recomendó estudiar con Bertrand Russell en Cambridge, en donde impresionó tanto a Russell como a G. E. Moore.
En 1929 fue a Cambridge a enseñar en el Trinity College, y en 1939 fue nombrado ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al magisterio universitario pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en su escritura, mucha de la cual llevó a cabo en Irlanda pues prefería lugares rurales y aislados para su trabajo. Para 1949 había escrito todo el material que sería publicado después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas. Pasó los dos últimos años de su vida en Viena, Oxford y Cambridge y siguió trabajando hasta su muerte en abril de 1951. El producto de esos dos años fue publicado bajo el título Sobre la certeza. Sus últimas palabras fueron: “Díganles que he tenido una vida maravillosa”.

El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su meta es clarificar lo oscuro y confuso. Se sigue que los filósofos no deben preocuparse tanto con lo inmediato, sino con lo posible, o más bien, con lo concebible. Esto depende de nuestros conceptos y de cómo se ensamblan desde el punto de vista de la lengua. Lo que es concebible y lo que no, lo que tiene sentido y lo que no, depende de las reglas de la lengua, de la gramática.

Wittgenstein dijo que en filosofía el ganador es el que llega al último. Pero no podemos escapar a la lengua o a las confusiones a que da lugar, salvo mediante la muerte. En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar esos peligros.

“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar. Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino principalmente recordatorios de lo que todos sabemos. Este no es un papel deslumbrante, sino difícil e importante. Requiere de una capacidad casi infinita para soportar dolores (lo cual es una definición de la genialidad) y podría tener enormes consecuencias para quienquiera que sea atraído a la contemplación filosófica o que haya sido engañado por malas teorías filosóficas. Esto atañe no sólo a los filósofos profesionales sino a cualquier persona que se desvíe a la confusión filosófica, tal vez sin darse cuenta de que sus problemas son filosóficos y no, digamos, científicos.”

Los positivistas lógicos del Círculo de Viena, esa escuela que tan grande influencia ha ejercido en el pensamiento occidental, se declararon impresionados por lo que encontraron en el Tractatus, particularmente la idea de que la lógica y las matemáticas son analíticas, el principio de la verificación, y la idea de que la filosofía es una actividad enfocada a la clarificación, no al descubrimiento de hechos. Wittgenstein dijo, sin embargo, que es lo que no está en el Tractatus lo que más importa.

Recojo una anécdota que nos dejó Bertrand Russell, de cuando conoció a Wittgenstein: “Al final de su primer período de estudio en Cambridge, se me acercó y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si soy un completo idiota o no?’ Yo le repliqué: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta?’

“Él me dijo: ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero, si no lo soy, me haré filósofo’. Le dije que me escribiera algo durante las vacaciones sobre algún tema filosófico y que entonces le diría si era un completo idiota o no.
“Al comienzo del siguiente período lectivo me trajo el cumplimiento de esta sugerencia. Después de leer sólo una frase, le dije: ‘No. Usted no debe hacerse ingeniero aeronáutico’.”

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
20/10/10

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