lunes, 29 de noviembre de 2010

Juego de ojos / Conspiración en el paraíso verde





Miguel Ángel Sánchez de Armas

Un felino enorme y metiche. Un sujeto duro y descorazonado que hace pareja con otro blandengue y pocoseso. Un diminuto can y una sabihonda y parlanchina adolescente: tales son los integrantes de la improbable pandilla que viaja por un lejano país en busca de un palacio verde que regentea un misterioso personaje quien según la leyenda tiene el poder para cumplir los más oscuros deseos y los medios para satisfacer los caprichos más desorbitados. En su aventura, la banda no duda en valerse del engaño, la traición y la hechicería para lograr su meta. Dos mujeres son asesinadas, numerosos seres exterminados y varios pueblos sometidos a los apetitos de la quinteta en el transcurso de la historia que culmina con el exilio del regente del palacio verde y la usurpación de su trono.

¿La síntesis de la próxima telenovela del Ajusco? ¿Resumen del guión para una nueva película de Schwarzenegger ahora que la hacienda californiana ya no le pagará un salario? ¿Encriptación del plan para invadir Irak y capturar a Hussein? ¿Presentación de un nuevo reality show en el canal de las estrellas?

Nada de eso. Es la síntesis de una obra perfectamente apta para toda la familia, un icono de la literatura infantil. Los menores de 40 años quizá no le encuentren un timbre conocido, pero los de mi generación ya habrán identificado la trama de El mago de Oz, la obra de Lyman Frank Baum que por estas fechas cumple la respetable edad de 110 años –uno menos para ser todo un hobbit de la literatura.

Confieso que siendo devoto de la literatura juvenil y fanático de la fantástica y de la ciencia ficción, el tal Mago de Oz y sus personajes nunca me han simpatizado. Tampoco me gustó la famosa película -salvo el tema musical del arcoíris. La historia no me parece lo suficientemente mágica. Ingeniosa, tal vez, pero sin encanto. Es un libro, ¿cómo decirlo?, sin sorpresas... predecible.

Creo que Baum intentó parafrasear Alicia en el país de las maravillas que se había publicado 35 años antes, en 1865, con la intención de servir una obra más popular o menos elaborada. Pero las diferencias entre Baum y Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson) los colocan en categorías muy separadas. Además de escritor, Carroll era un matemático que enseñaba en Oxford y había publicado textos eruditos (Euclides y sus rivales), mientras que Baum careció de una educación formal y a lo largo de su vida fue un multiusos soñador, romántico y nada práctico.

No se requiere un estudio comparativo para encontrar el paralelismo. Baum imagina que un huracán levanta una casa y la deposita en un lejano país fantástico en donde una niña, Dorotea, vivirá una serie de aventuras. Carroll, por su parte, hace que otra niña, Alicia, caiga en un pozo que la llevará a una tierra fantástica en donde vivirá una serie de aventuras. Las semejanzas aquí se agotan. Alguien me podría increpar la injusticia de juzgar con criterios del 2010 un libro publicado hace 110 años y en principio tendría razón, pero sólo en principio. La citada Alicia... y El viento entre los sauces, dos libros que recuerdo en este momento de la literatura infantil sajona, han resistido admirablemente el paso del tiempo y se dejan leer con magia y encanto, cosa que no encuentro en el de Baum.

Hace tiempo que esto me inquieta. Es un problema mío, desde luego, porque en Estados Unidos el libro es objeto de veneración –aunque pienso que no necesariamente de lectura- y sus personajes, frases y situaciones son parte del idioma y la cultura urbana. Goodbye Yellow Brick Road de Elton John, o el apodo de la pequeña hija de Harrison Ford en Vuelo presidencial, “Munchkin”, son dos ejemplos entre cientos que podrían citar. Y que la obra de Baum goza de admiración extendida entre los primos del norte se confirma en la edición conmemorativa del centenario del libro, publicada en el 2000 y prologada ni más ni menos que por John Updike, Daniel P. Mannix, Ray Bradbury, Gore Vidal y Nicholas von Hoffman.

Desde el primer capítulo le encuentro peros (no sólo yo: la obra ha sido criticada y en algún momento los libros de Baum fueron vetados en las bibliotecas escolares de los pecosos del norte):

En una árida planicie de Kansas vive la huérfana Dorotea con sus tíos y un perro en una casa de madera que un tornado eleva por los aires con la niña y el can en su interior. Eventualmente caen a tierra y aplastan a una poderosa bruja que tiene esclavizada a la comarca desde dios sabe cuándo. Es de suponer (porque Baum no lo dice), que en ese instante la hechicera se agachó a ajustarse un zapato y se descuidó. Dorotea se calza las sandalias de plata que toma del cadáver de la que sabemos era la Malvada Bruja del Este... y ahí comienzan sus aventuras.

Pues no me cuadra. Aplastar con tal facilidad a una hechicera tan poderosa como se nos hace creer, es como si Supermán se bebiera inadvertidamente un licuado de kriptonita, o que Puk y Suk atraparan y guisaran en cañabar a Tsekub Baloyán, o que Regino Burrón se sacara la lotería, o que Avelino Pilongano trabajara medio día. ¡Y la trama! Sólo las que semanalmente asesta en la pantalla una rechoncha, anodina y predecible presentadora de televisión xalapeña pueden ser más aburridas que la de ese libro

Los personajes también me causan problema. El León, el Espantapájaros y el Hombre de Hojalata con el perro, Dorotea y el propio mago de Oz, abusan del hilo narrativo –sí, también el can. Una miríada de caracteres que chocan entre sí, desde monos alados hasta diminutos seres de porcelana, con un tutti fruti de horrendos monstruos que son puntualmente liquidados como si película de James Bond se tratara, entorpece la historia. Cuando quiero saber más de Dorotea o de las cavilaciones del leñador de hojalata que antes fue hombre, puede aparecer un payaso de porcelana cuyo placer es romperse una y otra vez, o saltar a escena algún engendro con los ojos en la panza.

En el libro sin duda se encuentran todos los elementos para una narración fantástica en el más amplio sentido de la palabra. ¿Por qué pues -por lo menos desde mi óptica- se diluyen? Mi única explicación es que es un libro sin sorpresas, producto de la pluma de un escritor muy menor... y que me perdonen Hollywood y el Home Security Department.

¿Y qué decir de la película? Francis Gumm –mejor conocida como Judy Garland- recibió un Oscar especial por su papel de Dorotea e inició una exitosa carrera cinematográfica que de alguna manera se ve continuada en su hija, la talentosa Liza Minelli. Todos los especialistas dicen que El mago de Oz es uno de los iconos del cine sonoro y la literatura especializada la coloca al lado de clásicos como King Kong, Drácula, El doctor Frankenstein y La momia. Pero... bueno, mejor réntela en su videocentro favorito y luego platicamos.

Lyman Frank Baum nació el 15 de mayo de 1856 en Chittenago, Nueva York, hijo de un pequeño empresario y de una severa episcopaliana que controlaba con puño de acero a su familia. Fue un niño enfermizo y débil, el séptimo de nueve hermanos, que no pudo asistir a la escuela y debió recibir clases particulares en casa. Como ha sido el caso de muchos otros escritores, muy pequeño aprendió a leer y pasaba días enteros en la biblioteca paterna, en donde sufrió ataques de pánico al encontrarse con las brujas y monstruos de los cuentos infantiles, lo cual, dicen sus biógrafos, le hizo jurar que de grande escribiría historias que no asustaran a los niños.

Como regalo de catorce años recibió una pequeña prensa con la que él y su hermano iniciaron la publicación de un periódico que distribuían entre los vecinos del barrio. A los 17 fundó The Empire y una revista especializada en filatelia. A partir de entonces desempeñó una larga serie de oficios: vendedor, reportero, impresor, director de una cadena de teatros y actor, entre otros. En 1882 se casó con Maud Gage, hija de una prominente feminista. Siguieron años de problemas económicos y de salud. En 1891 se establecieron en Chicago en donde por las tardes leía los cuentos de Mamá Ganso a los niños que se reunían en la sala de su casa. Y como los pequeños no atinaban a comprender por qué un ratón trepaba a un reloj o cómo una vaca podía saltar sobre la luna, Lyman comenzó a inventar sus propias historias y a escribirlas a insistencia de Maud. Así nació la serie de catorce libros sobre Oz que después de su muerte continuaron varios escritores, produciendo veintenas de volúmenes.
Pero fue uno sólo, El mago de Oz, el que le consagró e inmortalizó su nombre, y que dio pie a la película musical (1939) convertida en un clásico, aunque ya antes, en 1901, el propio Baum había adaptado un espectáculo musical que fue muy popular y durante nueve años estuvo de gira por diversos estados. Baum intentó lo mismo con otras obras de la serie Oz, sin éxito.

Lyman Frank Baum murió de un infarto el 6 de mayo de 1919, unos días antes de su cumpleaños 63, debilitado por los problemas cardiacos que desde niño padecía. En su última época apenas tenía fuerzas para escribir un poco todos los días. Mandó guardar en una caja de seguridad dos manuscritos para ser publicados cuando la enfermedad lo postrase. Así, ese hombre melancólico y generoso, investido a su muerte con el título de “Real historiador de Oz”, se puso para siempre a salvo de los espantos de los cuentos infantiles.


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
24/11/10

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martes, 9 de noviembre de 2010

Transición Mediática, únete a la discusión



En la Universidad de Xalapa recibimos con gusto este evento que se realizará como una celebración a la evolución de los medios y la comunicación, en la ciudad de Xalapa y en las instalaciones de nuestra Universidad.

El Festival Transición Mediática es el momento para unirse a la discusión y escuchar argumentos y temas como la convergencia digital, el cambio tecnológico y el desarrollo de la red en comunicación, publicidad, medios y mercadotecnia. Los tópicos son alimentados por los usuarios de los nuevos medios, por eso ¡sigue nuestra diversas emisiones interactivas, utilízalas y haz alguna pregunta!

Hemos preparado una alineación de expertos que debatirán sobre la red, la tecnología móvil, el futuro de la comunicación y todos los temas que nos sugieras.

En el marco de nuestro intercambio, premiaremos a lo más destacado del mundo de la radio y los blogs concebidos para la red, además de charlas y demostraciones de los flujos de trabajo de producción de contenidos digitales.
Para los estudiantes, profesionales y estudiosos de la información, la comunicación y la mercadotecnia esta es una oportunidad de platicar, hacer red (networking) y conocer nuevos amigos o contactos de negocio


Juego de ojos / El silencio como género literario



Miguel Ángel Sánchez de Armas

“El 15 de mayo de 1939, Isaac Bábel, un escritor cuya celebridad le había ganado el privilegio de una dacha en el campo, fue arrestado en Peredelkino e internado en la prisión moscovita de Lubyanka, sede de la policía secreta. Sus escritos fueron confiscado y destruidos –entre ellos textos a medio terminar, obras de teatro, guiones cinematográficos y traducciones. Seis meses después, al cabo de tres días y noches de inmisericordes interrogatorios, se declaró culpable de un falso cargo de espionaje. Al año siguiente fue sometido a un breve juicio clandestino en las últimas horas del 26 de junio. Bábel se retractó de su confesión inicial y clamó su inocencia y, a las 01:40 de la madrugada siguiente, fue ejecutado sumariamente por un pelotón de fusilamiento. Su última súplica no fue en su beneficio, sino por el poder y la verdad de la literatura: ‘¡Permítaseme terminar mi trabajo!’”

Este es el estremecedor párrafo inicial de la Introducción de Cynthia Ozick a las Obras Completas de Isaac Bábel aparecidas a mediados del 2002 gracias a la amorosa dedicación y energía de Nathalie Bábel, la hija del escritor que muy pequeña fue enviada al exilio para salvarle la vida, pues su permanencia en la URSS en los aciagos días de la construcción del socialismo y como hija de un contrarrevolucionario la hubiera condenado al mismo fin que su padre. Es curioso y revelador del carácter de Bábel, el que al igual que Gorki, nunca pudo vivir mucho tiempo fuera de su país: gracias a los contactos y a la presión ejercida por André Malraux sobre las autoridades soviéticas, Isaac obtuvo un visado para salir a un congreso de escritores e intelectuales socialistas en París cuando ya la KGB lo tenía en la lista de “enemigos del Estado”. Sin embargo, en vez de permanecer fuera de la URSS a salvo y continuar su obra literaria, decidió regresar a su amada tierra en donde encontró la suerte que ya conocemos.

La versión oficial soviética mantenida hasta antes del colapso de la cortina de hierro sostenía que Isaac Bábel había fallecido en un campo de concentración en Siberia el 17 de marzo de 1941. Hoy conocemos la verdad: fue ejecutado en la oscuridad. Se confirma que los represores de la inteligencia son los mayores cobardes, incapaces de asumir la responsabilidad de sus brutalidades. (¿Recuerda el lector el caso del militar argentino Alfredo Astiz, apodado “El ángel de la muerte”, quien en las mazmorras era inmisericorde con mujeres, niños y monjas... siempre que estuvieran debidamente maniatados? Pues este sujeto fue el primero en rendirse en las Malvinas sin soltar un solo disparo cuando se vio frente a un soldado inglés, y cuando la justicia lo alcanzó anduvo gimiendo en los rincones que sus “derechos humanos” ¡estaban siendo violentados!) El sadismo y la cobardía son componentes sine qua non del espíritu represor.

Obras Completas de Isaac Bábel reúne todos los textos publicados del escritor e incluye algunos que fueron recuperados del olvido, retraducidos todos nuevamente del ruso por Peter Constantine, lo cual da al volumen una extraordinaria coherencia estilística que sin duda es el homenaje debido a uno de los mayores autores rusos de todos los tiempos a setenta años de su asesinato.

Bábel fue una entre millones de víctimas del padrecito Stalin, el zafio y brutal georgiano quien con su alma gemela Lavrenti Beria se propuso edificar el edificio del socialismo mundial sobre cimientos de sangre, lágrimas, dolor y carne de cañón. Como todos los dictadores, vivió inficionado por un enfermizo terror a la inteligencia. El tiempo colocó al padre de los pueblos soviéticos al lado del cabo austriaco, quien también alcanzara el poder montado en la desesperanza de sus pueblos. Por ello se entendieron tan bien en un pacto secreto. Por ello no vacilaron en sacrificar a millones de compatriotas cuando ese pacto se vino abajo. Por ello hoy no distinguimos quién fue más sanguinario y no diferenciamos cuál persiguió con mayor ferocidad a los creadores y a los artistas, seres por definición aborrecibles para las dictaduras de cualquier signo. ¿Hay acaso alguna diferencia entre las quemas de libros en Berlín y las ejecuciones de escritores en la Liubyanka?

Es sorprendente y a fin de cuentas debemos agradecer en términos históricos –si se me permite el uso de esta expresión tan poco apropiada-, la patológica meticulosidad con que los represores del KGB guardaron el registro de sus brutalidades –igual que en su momento la Gestapo o los servicios de inteligencia chilenos, argentinos o mexicanos... como vemos con las revelaciones que afloraron de los recién abiertos archivos de nuestra propia guerra sucia.

En aras de la “seguridad del Estado” estos cuerpos comisionados para aplastar toda disidencia, real o imaginaria, la documentaron con fervor religioso... gracias a lo cual hoy podemos reconstruir parte de la historia de la represión.
La última fotografía de Bábel fue tomada por un comisario en la prisión de Lubyanka poco antes de que fuera fusilado. En el pequeño recuadro en blanco y negro que se recuperó de los archivos de los interrogatorios vemos un rostro mofletudo y sereno, podría decirse que desencantado. Ni el temor ni la derrota se insinúan en la mirada de ojos saltones. Al contrario, pudiese pensarse que la expresión es una de compasión por sus verdugos.

La paciente labor del poeta Vitali Chentalinsky nos permite hoy reconstruir las jornadas de interrogación entre los muros de la Lubyanka que padeció Bábel. El escritor se declara culpable de los más absurdos crímenes: alejamiento de las masas populares, conspiración contra el socialismo, banalidad artística y ¡espionaje por cuenta de Francia!

Bábel además “delata” a sus supuestos co-conspiradores –y es obligado a incluir entre ellos a una mujer con la que sostenía una relación amorosa- en una extraordinaria redacción de su propia mano que hoy podemos leer en su verdadera intención como un documento destinado no a los fiscales, sino como denuncia para las generaciones posteriores:
“En lo que respecta a mis Cuentos de Odesa, éstos reflejaban sin duda el mismo deseo de alejarme de la realidad soviética, de contraponer a la cotidiana labor de edificación el pintoresco mundo, casi mítico, de los bandidos de Odesa, cuya descripción romántica incitaba involuntariamente a la juventud soviética a imitarlos [...] Nuestro amor por el pueblo era retórico y nuestro interés por su destino una categoría estética. No teníamos raíces en el seno del pueblo, y de ahí provenía la desesperación y el nihilismo que propagábamos.”

En las últimas horas antes de su ejecución Bábel intentó sin éxito cambiar sus declaraciones y desmentir las “denuncias” que había formulado bajo la inimaginable presión y tortura a la que fue sometido, pero no antes de haber escrito escalofriantes “delaciones”:

“[...] Abrí el frente de la literatura soviética a los estados de ánimo decadentes y derrotistas, turbando y desorientando así al lector, convirtiéndome en testimonio vivo de la teoría de la conspiración de saboteadores y provocadores en el declive de la literatura soviética. Unas cuantas frases no sirven para medir mi trabajo de destrucción, pero ahora percibo sus verdaderas dimensiones con una claridad insoportable, con dolor y arrepentimiento [...] La Revolución me abrió el camino de la creación, el del trabajo feliz y útil. Mi individualismo, las opiniones literarias erróneas, la influencia de los trotskistas bajo la cual caí desde el comienzo de mi trabajo, me desviaron de ese camino.”

Durante aquellos días y noches en las mazmorras de la Lubyanka los fiscales e interrogadores transmutaron los viajes de Bábel
al extranjero en expediciones subversivas; las fiestas y eventos literarios a las que asistía en reuniones de conspiradores contra el paraíso de los trabajadores y la relación con artistas en conjuras contra el Estado. Así, Malraux pasó de ser escritor a promotor de la sedición.

La monstruosidad se acrecienta, si ello fuera posible, porque Bábel, igual que Gorki, fue un decidido partidario de los bolcheviques. Se unió a ellos desde 1917 y durante la guerra civil lo nombraron comisario político en el ejército rojo. De hecho su célebre Caballería Roja, publicado en 1926, recoge sus vivencias de guerra de aquella época. Los Cuentos de Odesa aparecieron al año siguiente, y en 1928 y 1935, las obras de teatro Zakat y Mariya respectivamente.

En una biografía de su padre publicada en 1964, Nathalie Bábel recuerda: “Fue en 1923, durante su estancia en las montañas, que mi padre comenzó a escribir los cuentos que eventualmente se incluyeron en Caballería Roja. El darles la forma deseada era para él una tortura permanente. A mi madre le leía versión tras versión, y ella las recordaba de memoria treinta años después. En 1924 mis padres se mudaron a Moscú. Los primeros cuentos de mi padre se publicaron por esa época y se hizo famoso de un día para otro.”

Isaac Bábel nació hace 116 años, el 13 de julio de 1894 en el puerto ucraniano de Odesa. Su padre fue un modesto tendero judío. Siendo muy niño la experiencia de vivir un pogromo lo marcó profundamente. Ya mayor se mudó a Kiev en donde eventualmente conoció y fue protegido por Máximo Gorki, quien publicó dos de sus cuentos en la revista Letopis, mas la censura consideró que contenían una carga erótica (¡el erotismo, otra bête noire de los represores y censores!) y Bábel fue procesado bajo el artículo 1001 del código criminal. Quizá por ello y por un creciente desencanto ante el giro que tomaban los ideales de la Revolución, Isaac se fue alejando del régimen y se convirtió en un crítico de Stalin. En represalia, el régimen se encargó de que no pudiera publicar, y en la primera asamblea de la Unión de Escritores Soviéticos en 1934, Bábel exclamó ante sus colegas: “He inventado un nuevo género: ¡el género del silencio!

Más de seis décadas después, el amor de una hija redime al padre. Obras completas de Isaac Bábel es un ejemplo más de que la luz de la palabra es lo único que puede vencer a las tinieblas de la represión.

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
3/11/10

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