lunes, 29 de noviembre de 2010

Juego de ojos / Conspiración en el paraíso verde





Miguel Ángel Sánchez de Armas

Un felino enorme y metiche. Un sujeto duro y descorazonado que hace pareja con otro blandengue y pocoseso. Un diminuto can y una sabihonda y parlanchina adolescente: tales son los integrantes de la improbable pandilla que viaja por un lejano país en busca de un palacio verde que regentea un misterioso personaje quien según la leyenda tiene el poder para cumplir los más oscuros deseos y los medios para satisfacer los caprichos más desorbitados. En su aventura, la banda no duda en valerse del engaño, la traición y la hechicería para lograr su meta. Dos mujeres son asesinadas, numerosos seres exterminados y varios pueblos sometidos a los apetitos de la quinteta en el transcurso de la historia que culmina con el exilio del regente del palacio verde y la usurpación de su trono.

¿La síntesis de la próxima telenovela del Ajusco? ¿Resumen del guión para una nueva película de Schwarzenegger ahora que la hacienda californiana ya no le pagará un salario? ¿Encriptación del plan para invadir Irak y capturar a Hussein? ¿Presentación de un nuevo reality show en el canal de las estrellas?

Nada de eso. Es la síntesis de una obra perfectamente apta para toda la familia, un icono de la literatura infantil. Los menores de 40 años quizá no le encuentren un timbre conocido, pero los de mi generación ya habrán identificado la trama de El mago de Oz, la obra de Lyman Frank Baum que por estas fechas cumple la respetable edad de 110 años –uno menos para ser todo un hobbit de la literatura.

Confieso que siendo devoto de la literatura juvenil y fanático de la fantástica y de la ciencia ficción, el tal Mago de Oz y sus personajes nunca me han simpatizado. Tampoco me gustó la famosa película -salvo el tema musical del arcoíris. La historia no me parece lo suficientemente mágica. Ingeniosa, tal vez, pero sin encanto. Es un libro, ¿cómo decirlo?, sin sorpresas... predecible.

Creo que Baum intentó parafrasear Alicia en el país de las maravillas que se había publicado 35 años antes, en 1865, con la intención de servir una obra más popular o menos elaborada. Pero las diferencias entre Baum y Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson) los colocan en categorías muy separadas. Además de escritor, Carroll era un matemático que enseñaba en Oxford y había publicado textos eruditos (Euclides y sus rivales), mientras que Baum careció de una educación formal y a lo largo de su vida fue un multiusos soñador, romántico y nada práctico.

No se requiere un estudio comparativo para encontrar el paralelismo. Baum imagina que un huracán levanta una casa y la deposita en un lejano país fantástico en donde una niña, Dorotea, vivirá una serie de aventuras. Carroll, por su parte, hace que otra niña, Alicia, caiga en un pozo que la llevará a una tierra fantástica en donde vivirá una serie de aventuras. Las semejanzas aquí se agotan. Alguien me podría increpar la injusticia de juzgar con criterios del 2010 un libro publicado hace 110 años y en principio tendría razón, pero sólo en principio. La citada Alicia... y El viento entre los sauces, dos libros que recuerdo en este momento de la literatura infantil sajona, han resistido admirablemente el paso del tiempo y se dejan leer con magia y encanto, cosa que no encuentro en el de Baum.

Hace tiempo que esto me inquieta. Es un problema mío, desde luego, porque en Estados Unidos el libro es objeto de veneración –aunque pienso que no necesariamente de lectura- y sus personajes, frases y situaciones son parte del idioma y la cultura urbana. Goodbye Yellow Brick Road de Elton John, o el apodo de la pequeña hija de Harrison Ford en Vuelo presidencial, “Munchkin”, son dos ejemplos entre cientos que podrían citar. Y que la obra de Baum goza de admiración extendida entre los primos del norte se confirma en la edición conmemorativa del centenario del libro, publicada en el 2000 y prologada ni más ni menos que por John Updike, Daniel P. Mannix, Ray Bradbury, Gore Vidal y Nicholas von Hoffman.

Desde el primer capítulo le encuentro peros (no sólo yo: la obra ha sido criticada y en algún momento los libros de Baum fueron vetados en las bibliotecas escolares de los pecosos del norte):

En una árida planicie de Kansas vive la huérfana Dorotea con sus tíos y un perro en una casa de madera que un tornado eleva por los aires con la niña y el can en su interior. Eventualmente caen a tierra y aplastan a una poderosa bruja que tiene esclavizada a la comarca desde dios sabe cuándo. Es de suponer (porque Baum no lo dice), que en ese instante la hechicera se agachó a ajustarse un zapato y se descuidó. Dorotea se calza las sandalias de plata que toma del cadáver de la que sabemos era la Malvada Bruja del Este... y ahí comienzan sus aventuras.

Pues no me cuadra. Aplastar con tal facilidad a una hechicera tan poderosa como se nos hace creer, es como si Supermán se bebiera inadvertidamente un licuado de kriptonita, o que Puk y Suk atraparan y guisaran en cañabar a Tsekub Baloyán, o que Regino Burrón se sacara la lotería, o que Avelino Pilongano trabajara medio día. ¡Y la trama! Sólo las que semanalmente asesta en la pantalla una rechoncha, anodina y predecible presentadora de televisión xalapeña pueden ser más aburridas que la de ese libro

Los personajes también me causan problema. El León, el Espantapájaros y el Hombre de Hojalata con el perro, Dorotea y el propio mago de Oz, abusan del hilo narrativo –sí, también el can. Una miríada de caracteres que chocan entre sí, desde monos alados hasta diminutos seres de porcelana, con un tutti fruti de horrendos monstruos que son puntualmente liquidados como si película de James Bond se tratara, entorpece la historia. Cuando quiero saber más de Dorotea o de las cavilaciones del leñador de hojalata que antes fue hombre, puede aparecer un payaso de porcelana cuyo placer es romperse una y otra vez, o saltar a escena algún engendro con los ojos en la panza.

En el libro sin duda se encuentran todos los elementos para una narración fantástica en el más amplio sentido de la palabra. ¿Por qué pues -por lo menos desde mi óptica- se diluyen? Mi única explicación es que es un libro sin sorpresas, producto de la pluma de un escritor muy menor... y que me perdonen Hollywood y el Home Security Department.

¿Y qué decir de la película? Francis Gumm –mejor conocida como Judy Garland- recibió un Oscar especial por su papel de Dorotea e inició una exitosa carrera cinematográfica que de alguna manera se ve continuada en su hija, la talentosa Liza Minelli. Todos los especialistas dicen que El mago de Oz es uno de los iconos del cine sonoro y la literatura especializada la coloca al lado de clásicos como King Kong, Drácula, El doctor Frankenstein y La momia. Pero... bueno, mejor réntela en su videocentro favorito y luego platicamos.

Lyman Frank Baum nació el 15 de mayo de 1856 en Chittenago, Nueva York, hijo de un pequeño empresario y de una severa episcopaliana que controlaba con puño de acero a su familia. Fue un niño enfermizo y débil, el séptimo de nueve hermanos, que no pudo asistir a la escuela y debió recibir clases particulares en casa. Como ha sido el caso de muchos otros escritores, muy pequeño aprendió a leer y pasaba días enteros en la biblioteca paterna, en donde sufrió ataques de pánico al encontrarse con las brujas y monstruos de los cuentos infantiles, lo cual, dicen sus biógrafos, le hizo jurar que de grande escribiría historias que no asustaran a los niños.

Como regalo de catorce años recibió una pequeña prensa con la que él y su hermano iniciaron la publicación de un periódico que distribuían entre los vecinos del barrio. A los 17 fundó The Empire y una revista especializada en filatelia. A partir de entonces desempeñó una larga serie de oficios: vendedor, reportero, impresor, director de una cadena de teatros y actor, entre otros. En 1882 se casó con Maud Gage, hija de una prominente feminista. Siguieron años de problemas económicos y de salud. En 1891 se establecieron en Chicago en donde por las tardes leía los cuentos de Mamá Ganso a los niños que se reunían en la sala de su casa. Y como los pequeños no atinaban a comprender por qué un ratón trepaba a un reloj o cómo una vaca podía saltar sobre la luna, Lyman comenzó a inventar sus propias historias y a escribirlas a insistencia de Maud. Así nació la serie de catorce libros sobre Oz que después de su muerte continuaron varios escritores, produciendo veintenas de volúmenes.
Pero fue uno sólo, El mago de Oz, el que le consagró e inmortalizó su nombre, y que dio pie a la película musical (1939) convertida en un clásico, aunque ya antes, en 1901, el propio Baum había adaptado un espectáculo musical que fue muy popular y durante nueve años estuvo de gira por diversos estados. Baum intentó lo mismo con otras obras de la serie Oz, sin éxito.

Lyman Frank Baum murió de un infarto el 6 de mayo de 1919, unos días antes de su cumpleaños 63, debilitado por los problemas cardiacos que desde niño padecía. En su última época apenas tenía fuerzas para escribir un poco todos los días. Mandó guardar en una caja de seguridad dos manuscritos para ser publicados cuando la enfermedad lo postrase. Así, ese hombre melancólico y generoso, investido a su muerte con el título de “Real historiador de Oz”, se puso para siempre a salvo de los espantos de los cuentos infantiles.


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
24/11/10

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martes, 9 de noviembre de 2010

Transición Mediática, únete a la discusión



En la Universidad de Xalapa recibimos con gusto este evento que se realizará como una celebración a la evolución de los medios y la comunicación, en la ciudad de Xalapa y en las instalaciones de nuestra Universidad.

El Festival Transición Mediática es el momento para unirse a la discusión y escuchar argumentos y temas como la convergencia digital, el cambio tecnológico y el desarrollo de la red en comunicación, publicidad, medios y mercadotecnia. Los tópicos son alimentados por los usuarios de los nuevos medios, por eso ¡sigue nuestra diversas emisiones interactivas, utilízalas y haz alguna pregunta!

Hemos preparado una alineación de expertos que debatirán sobre la red, la tecnología móvil, el futuro de la comunicación y todos los temas que nos sugieras.

En el marco de nuestro intercambio, premiaremos a lo más destacado del mundo de la radio y los blogs concebidos para la red, además de charlas y demostraciones de los flujos de trabajo de producción de contenidos digitales.
Para los estudiantes, profesionales y estudiosos de la información, la comunicación y la mercadotecnia esta es una oportunidad de platicar, hacer red (networking) y conocer nuevos amigos o contactos de negocio


Juego de ojos / El silencio como género literario



Miguel Ángel Sánchez de Armas

“El 15 de mayo de 1939, Isaac Bábel, un escritor cuya celebridad le había ganado el privilegio de una dacha en el campo, fue arrestado en Peredelkino e internado en la prisión moscovita de Lubyanka, sede de la policía secreta. Sus escritos fueron confiscado y destruidos –entre ellos textos a medio terminar, obras de teatro, guiones cinematográficos y traducciones. Seis meses después, al cabo de tres días y noches de inmisericordes interrogatorios, se declaró culpable de un falso cargo de espionaje. Al año siguiente fue sometido a un breve juicio clandestino en las últimas horas del 26 de junio. Bábel se retractó de su confesión inicial y clamó su inocencia y, a las 01:40 de la madrugada siguiente, fue ejecutado sumariamente por un pelotón de fusilamiento. Su última súplica no fue en su beneficio, sino por el poder y la verdad de la literatura: ‘¡Permítaseme terminar mi trabajo!’”

Este es el estremecedor párrafo inicial de la Introducción de Cynthia Ozick a las Obras Completas de Isaac Bábel aparecidas a mediados del 2002 gracias a la amorosa dedicación y energía de Nathalie Bábel, la hija del escritor que muy pequeña fue enviada al exilio para salvarle la vida, pues su permanencia en la URSS en los aciagos días de la construcción del socialismo y como hija de un contrarrevolucionario la hubiera condenado al mismo fin que su padre. Es curioso y revelador del carácter de Bábel, el que al igual que Gorki, nunca pudo vivir mucho tiempo fuera de su país: gracias a los contactos y a la presión ejercida por André Malraux sobre las autoridades soviéticas, Isaac obtuvo un visado para salir a un congreso de escritores e intelectuales socialistas en París cuando ya la KGB lo tenía en la lista de “enemigos del Estado”. Sin embargo, en vez de permanecer fuera de la URSS a salvo y continuar su obra literaria, decidió regresar a su amada tierra en donde encontró la suerte que ya conocemos.

La versión oficial soviética mantenida hasta antes del colapso de la cortina de hierro sostenía que Isaac Bábel había fallecido en un campo de concentración en Siberia el 17 de marzo de 1941. Hoy conocemos la verdad: fue ejecutado en la oscuridad. Se confirma que los represores de la inteligencia son los mayores cobardes, incapaces de asumir la responsabilidad de sus brutalidades. (¿Recuerda el lector el caso del militar argentino Alfredo Astiz, apodado “El ángel de la muerte”, quien en las mazmorras era inmisericorde con mujeres, niños y monjas... siempre que estuvieran debidamente maniatados? Pues este sujeto fue el primero en rendirse en las Malvinas sin soltar un solo disparo cuando se vio frente a un soldado inglés, y cuando la justicia lo alcanzó anduvo gimiendo en los rincones que sus “derechos humanos” ¡estaban siendo violentados!) El sadismo y la cobardía son componentes sine qua non del espíritu represor.

Obras Completas de Isaac Bábel reúne todos los textos publicados del escritor e incluye algunos que fueron recuperados del olvido, retraducidos todos nuevamente del ruso por Peter Constantine, lo cual da al volumen una extraordinaria coherencia estilística que sin duda es el homenaje debido a uno de los mayores autores rusos de todos los tiempos a setenta años de su asesinato.

Bábel fue una entre millones de víctimas del padrecito Stalin, el zafio y brutal georgiano quien con su alma gemela Lavrenti Beria se propuso edificar el edificio del socialismo mundial sobre cimientos de sangre, lágrimas, dolor y carne de cañón. Como todos los dictadores, vivió inficionado por un enfermizo terror a la inteligencia. El tiempo colocó al padre de los pueblos soviéticos al lado del cabo austriaco, quien también alcanzara el poder montado en la desesperanza de sus pueblos. Por ello se entendieron tan bien en un pacto secreto. Por ello no vacilaron en sacrificar a millones de compatriotas cuando ese pacto se vino abajo. Por ello hoy no distinguimos quién fue más sanguinario y no diferenciamos cuál persiguió con mayor ferocidad a los creadores y a los artistas, seres por definición aborrecibles para las dictaduras de cualquier signo. ¿Hay acaso alguna diferencia entre las quemas de libros en Berlín y las ejecuciones de escritores en la Liubyanka?

Es sorprendente y a fin de cuentas debemos agradecer en términos históricos –si se me permite el uso de esta expresión tan poco apropiada-, la patológica meticulosidad con que los represores del KGB guardaron el registro de sus brutalidades –igual que en su momento la Gestapo o los servicios de inteligencia chilenos, argentinos o mexicanos... como vemos con las revelaciones que afloraron de los recién abiertos archivos de nuestra propia guerra sucia.

En aras de la “seguridad del Estado” estos cuerpos comisionados para aplastar toda disidencia, real o imaginaria, la documentaron con fervor religioso... gracias a lo cual hoy podemos reconstruir parte de la historia de la represión.
La última fotografía de Bábel fue tomada por un comisario en la prisión de Lubyanka poco antes de que fuera fusilado. En el pequeño recuadro en blanco y negro que se recuperó de los archivos de los interrogatorios vemos un rostro mofletudo y sereno, podría decirse que desencantado. Ni el temor ni la derrota se insinúan en la mirada de ojos saltones. Al contrario, pudiese pensarse que la expresión es una de compasión por sus verdugos.

La paciente labor del poeta Vitali Chentalinsky nos permite hoy reconstruir las jornadas de interrogación entre los muros de la Lubyanka que padeció Bábel. El escritor se declara culpable de los más absurdos crímenes: alejamiento de las masas populares, conspiración contra el socialismo, banalidad artística y ¡espionaje por cuenta de Francia!

Bábel además “delata” a sus supuestos co-conspiradores –y es obligado a incluir entre ellos a una mujer con la que sostenía una relación amorosa- en una extraordinaria redacción de su propia mano que hoy podemos leer en su verdadera intención como un documento destinado no a los fiscales, sino como denuncia para las generaciones posteriores:
“En lo que respecta a mis Cuentos de Odesa, éstos reflejaban sin duda el mismo deseo de alejarme de la realidad soviética, de contraponer a la cotidiana labor de edificación el pintoresco mundo, casi mítico, de los bandidos de Odesa, cuya descripción romántica incitaba involuntariamente a la juventud soviética a imitarlos [...] Nuestro amor por el pueblo era retórico y nuestro interés por su destino una categoría estética. No teníamos raíces en el seno del pueblo, y de ahí provenía la desesperación y el nihilismo que propagábamos.”

En las últimas horas antes de su ejecución Bábel intentó sin éxito cambiar sus declaraciones y desmentir las “denuncias” que había formulado bajo la inimaginable presión y tortura a la que fue sometido, pero no antes de haber escrito escalofriantes “delaciones”:

“[...] Abrí el frente de la literatura soviética a los estados de ánimo decadentes y derrotistas, turbando y desorientando así al lector, convirtiéndome en testimonio vivo de la teoría de la conspiración de saboteadores y provocadores en el declive de la literatura soviética. Unas cuantas frases no sirven para medir mi trabajo de destrucción, pero ahora percibo sus verdaderas dimensiones con una claridad insoportable, con dolor y arrepentimiento [...] La Revolución me abrió el camino de la creación, el del trabajo feliz y útil. Mi individualismo, las opiniones literarias erróneas, la influencia de los trotskistas bajo la cual caí desde el comienzo de mi trabajo, me desviaron de ese camino.”

Durante aquellos días y noches en las mazmorras de la Lubyanka los fiscales e interrogadores transmutaron los viajes de Bábel
al extranjero en expediciones subversivas; las fiestas y eventos literarios a las que asistía en reuniones de conspiradores contra el paraíso de los trabajadores y la relación con artistas en conjuras contra el Estado. Así, Malraux pasó de ser escritor a promotor de la sedición.

La monstruosidad se acrecienta, si ello fuera posible, porque Bábel, igual que Gorki, fue un decidido partidario de los bolcheviques. Se unió a ellos desde 1917 y durante la guerra civil lo nombraron comisario político en el ejército rojo. De hecho su célebre Caballería Roja, publicado en 1926, recoge sus vivencias de guerra de aquella época. Los Cuentos de Odesa aparecieron al año siguiente, y en 1928 y 1935, las obras de teatro Zakat y Mariya respectivamente.

En una biografía de su padre publicada en 1964, Nathalie Bábel recuerda: “Fue en 1923, durante su estancia en las montañas, que mi padre comenzó a escribir los cuentos que eventualmente se incluyeron en Caballería Roja. El darles la forma deseada era para él una tortura permanente. A mi madre le leía versión tras versión, y ella las recordaba de memoria treinta años después. En 1924 mis padres se mudaron a Moscú. Los primeros cuentos de mi padre se publicaron por esa época y se hizo famoso de un día para otro.”

Isaac Bábel nació hace 116 años, el 13 de julio de 1894 en el puerto ucraniano de Odesa. Su padre fue un modesto tendero judío. Siendo muy niño la experiencia de vivir un pogromo lo marcó profundamente. Ya mayor se mudó a Kiev en donde eventualmente conoció y fue protegido por Máximo Gorki, quien publicó dos de sus cuentos en la revista Letopis, mas la censura consideró que contenían una carga erótica (¡el erotismo, otra bête noire de los represores y censores!) y Bábel fue procesado bajo el artículo 1001 del código criminal. Quizá por ello y por un creciente desencanto ante el giro que tomaban los ideales de la Revolución, Isaac se fue alejando del régimen y se convirtió en un crítico de Stalin. En represalia, el régimen se encargó de que no pudiera publicar, y en la primera asamblea de la Unión de Escritores Soviéticos en 1934, Bábel exclamó ante sus colegas: “He inventado un nuevo género: ¡el género del silencio!

Más de seis décadas después, el amor de una hija redime al padre. Obras completas de Isaac Bábel es un ejemplo más de que la luz de la palabra es lo único que puede vencer a las tinieblas de la represión.

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
3/11/10

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sábado, 30 de octubre de 2010

Juego de ojos / Morir de amor

Miguel Ángel Sánchez de Armas



En El Lencero, muy cerca de Xalapa, habita el casco de una hacienda que fue de Santa Anna. Es una casona bella y fresca, rodeada de jardines y junto a un lago en el que nadan altivos cisnes negros. Un costado es presidido por la capilla que el Generalísimo levantó para una de sus bodas. El visitante que pasea por los prados o busca la sombra de una higuera centenaria, si es sensible y de espíritu abierto, puede escuchar el murmullo de voces del pasado y sentir cómo, en pequeñas pulsaciones, un efluvio de cantos apenas perceptibles penetra en su alma y la ilumina. La alegría resultante no se explica bien a bien, pues difícilmente esa magia podría conectarse al “seductor de la Patria”. Se sigue, entonces, que otra presencia hay entre la verdura de la comarca. Y esa otra presencia, señoras y señores, es nada menos que la de Gabriela Mistral, cuya efigie en bronce se alza al oriente del conjunto cual centinela en perpetua contemplación del paisaje que tanto amó.

Son pocos los mexicanos que no han oído hablar de Gabriela Mistral, pero quizá no tantos sepan que nació en Chile como Lucila Godoy Alcayaga, que fue la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel, que se sentía mexicana y que, en un sentido poético, murió de amor. Los veracruzanos y en particular los xalapeños deben celebrar que la efigie de la poeta vigile la comarca y que su mirada esté siempre en sobre ellos.



Su fama como poetisa (aunque ella prefería llamarse poeta) comenzó en 1914 con un premio en los Juegos Florales de Santiago por sus Sonetos de la muerte, inspirados, se dice, en el suicidio de Romelio Urieta, su primer amor. En ese concurso se presentó con el seudónimo que desde entonces la acompañó toda su vida y que es un homenaje a Gabrielle d’Annunzio y a Frédéric Mistral, por quienes tenía una profunda devoción. (Esto de adoptar apelativos es algo maravilloso que asusta a los espíritus chatos y a las almas pequeñas. El enorme compatriota de la Mistral, quince años menor que ella, Pablo Neruda, había nacido Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y adoptó el apellido de Jan Neruda, uno de los fundadores de la lengua literaria checa entre cuya obra se encuentra el delicioso tomo Historias de la Mala Strana publicado en español allá por los setentas en la desaparecida Editorial Sudamérica.)

Su vida fue de una intensidad ejemplar. A los catorce años comenzó a publicar en periódicos de su natal Vicuña, Chile, como El Coquimbo, La Voz de Elqui y La Reforma. Y desde el principio de su carrera se refugió en distintos seudónimos: “Alma”, “Soledad” y “Alguien” fueron algunos de los nomes de plume con que la niña Lucía firmaba sus colaboraciones y que hoy nos hablan de la naturaleza de aquellos primeros artículos, pues esta mujer fue desde siempre un ser que vivió en y para el amor.

El padre de Gabriela era un modesto profesor rural y su hija a los 18 años abrazó esa profesión. Fue directora de varias escuelas y obtuvo reconocimiento como educadora. Las aulas dejaron muchas cosas a la joven: el amor a los niños, traducido en una vasta obra poética que hoy continúa recitándose en salones de todo el continente; el amor a la educación, y el amor por Romelio Urieta. Romelio se suicidó y la leyenda dice que Gabriela vivió el suicidio como una pérdida irreparable. La obra de la poeta sugiere tal cosa, aunque ella misma lo desestimó.

En “Ausencia” creemos adivinar el dolor profundo de la mujer que ha perdido el amor y la razón de vivir. Un fragmento:
Se va de ti mi cuerpo gota a gota. / Se va mi cara en un óleo sordo; / se van mis manos en azogue suelto; / se van mis pies en dos tiempos de polvo. // ¡Se te va todo, se nos va todo! // Se va mi voz, que te hacía campana / cerrada a cuanto no somos nosotros. / Se van mis gestos, que se devanaban, / en lanzaderas, delante de tus ojos. / Y se te va la mirada que entrega, / cuando te mira, el enebro y el olmo. // Me voy de ti con tus mismos alientos: / como humedad de tu cuerpo evaporo. / Me voy de ti con vigilia y con sueño, / y en tu recuerdo más fiel ya me borro. / Y en tu memoria me vuelvo como esos / que no nacieron ni en llanos ni en sotos. // […] ¡Se nos va todo, se nos va todo!

Romelio se ausentó del pueblo en busca de trabajo y a su regreso reprochó a Gabriela un chisme propalado por los ociosos que nunca faltan. Esto llevó al rompimiento. Tiempo después el joven se vio envuelto en un asunto de desfalco de fondos en la empresa en donde trabajaba, situación que aparentemente lo llevó a quitarse la vida. No se mató por el amor de la poeta.
En una “autobiografía” publicada en la revista Mapocho en 1988, la propia Gabriela se encarga de precisar los límites de aquel amor trágico:

“[…] digo con la franqueza ruda con que hablo a los propios, que me cuesta un mundo entrar en un comentario amoroso de mí misma. A pesar de la publicidad cruda y no poco repugnante a que han llegado los biógrafos respecto de los escritores, nunca entenderé y nunca aceptaré que no se nos deje a nosotros, lo mismo que a todo ser humano, el derecho a guardar de nuestros amores cuando nos hemos puesto y que por alguna razón no dejamos allí razones de pudor, que tanto cuentan para la mujer como para el hombre. […] Romelio Ureta no era nada parecido, ni siquiera era próximo a un tunante cuando yo le conocí. Nos encontramos en la aldea de El Molle cuando yo tenía sólo catorce años y él dieciocho. Era un mozo nada optimista ni ligero y menos un joven de zandungas. Había en él mucha compostura […] Por tener decoro se mató. Nos comprometimos a esa edad. Él no podía casarse conmigo contando con un sueldo tan pequeño como el que tenía y se fue a trabajar unas minas no recuerdo donde. Volvió después de una ausencia larga y me pidió cuentas a propósito de murmuraciones tontas que le habían llegado sobre algún devaneo mío. Yo vivía desde que él se fue con mi vida puesta en él, no me defendí la mitad por aquella timidez que me dejó muda aceptando mi culpa en la escuela de Vicuña y creo que la otra mitad por esa excesiva dignidad que me han llamado soberbia muchas veces. La queja me pareció tan injusta que pensé entonces, como pienso hoy mismo, que no debía responderse y menos hacer una defensa. Por eso rompimos y las novelerías necias tejidas en torno de este punto no son sino cosa de charlatanes.”

Se fue con mi vida puesta en él. No recuerdo una metáfora de separación más bella. Luego diría, en el poema “Besos”: Hay besos que pronuncian por sí solos / la sentencia de amor condenatoria, / hay besos que se dan con la mirada / hay besos que se dan con la memoria.

Y como para no dejar lugar a dudas sobre el dolor que puede provocar el amor, escribe: Hay besos que calcinan y que hieren, / hay besos que arrebatan los sentidos, / hay besos misteriosos que han dejado / mil sueños errantes y perdidos.
Gabriela llegó a ser directora de varios liceos. Fue una destacada educadora y desde muy joven visitó México, país al que amó al grado de sentirse mexicana. Aquí fue una decidida militante de la reforma educativa de José Vasconcelos. En Estados Unidos y Europa estudió las escuelas y métodos educativos. A partir de 1933, y durante veinte años, desempeñó el cargo de cónsul de su país en ciudades como Madrid, Lisboa y Los Ángeles.

Los poemas para niños de la Mistral se recitan y cantan en muy diversos países. Hay en ellos aires juguetones que para mi gusto los hacen primos hermanos de las canciones infantiles. A riesgo de ser satanizado, propongo que Gabriela y nuestro Gabilondo juguetearon en los mismos jardines. Vea el lector esto: El lagarto está llorando. / La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos. // Han perdido sin querer / su anillo de desposados.
En 1945 Gabriela recibió el Premio Nobel de Literatura, primera ciudadana de Latinoamérica en obtener ese galardón. En 1951 obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país.

A su primer libro de poemas, Desolación (1922), le siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y otros. Su poesía, llena de calidez, emoción y marcado misticismo, ha sido traducida al inglés, francés, italiano, alemán y sueco, e influyó en la obra de muchos escritores latinoamericanos posteriores, como Pablo Neruda y Octavio Paz.

Dicen los expertos: “Considerada como una escritora modernista, su modernismo no es el de Rubén Darío o Amado Nervo, ya que ella no canta ambientes exóticos de lejanos lugares, sino que se sirve de su estética y musicalidad para poetizar la vida cotidiana, para ‘hacer sentir el hogar’”.


Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
27/10/10
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jueves, 21 de octubre de 2010

Juego de ojos/“He tenido una vida maravillosa”

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Es posible que Ludwig Josef Johann Wittgenstein haya sido el más influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después de Emmanuel Kant. Este hombre singular, que se me antoja un personaje de Buñuel, publicó en vida un solo libro... pero eso sí, el libro, el corpus definitorio, el crisol de las respuestas a todos los problemas de la filosofía. ¡Ni más ni menos!


He aquí una personalidad arrebatadora en el cosmos del sophós poblado por espíritus superiores. Figura de culto, despreciaba lo público e incluso construyó una cabaña aislada en Noruega para vivir en total reclusión. Su sexualidad era ambigua y probablemente fue homosexual, aunque qué tan activo aún es materia de discusión. Fue un niño brillante y tartamudo, vástago de una de las familias más acaudaladas del Imperio Austro-Húngaro. Sus tres hermanos mayores, Hans, Kurt y Rudolf, se suicidaron. Inicialmente se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas lo llevaron a la filosofía. Fue el más brillante alumno de Bertrand Russell. Se enlistó como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino.

Heredó una fortuna a la muerte de su padre y la regaló. Trabajó como ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños, portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto. Curioso curriculum vitae para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”. Al repasar su vida, pienso que Ludwig no era de este mundo. Por lo menos no permitió que ninguna atadura social lastrara su inteligencia y sin miramientos se deshizo de prácticamente todas las convenciones para dedicar su tiempo a lo trascendente. Estoy seguro que su alta como voluntario en el ejército no fue originada en un sentido patriótico o patriotero, sino que tuvo una motivación originada en sus propias turbulencias espirituales, pues fueron precisamente los cuadernos que redactó en las trincheras –y que un enemigo generoso permitió fuesen enviados a su país antes de internarlo en un campo de concentración- la base de la única obra que publicó en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus, en donde escribe que los problemas filosóficos surgen de equivocaciones de la lógica de la lengua e intenta demostrar lo que esa lógica es.

Dejemos que uno de los estudiosos de la filosofía de Wittgenstein, Carlos Salinas, nos dé su punto de vista:
“El pensamiento de Wittgenstein gira en torno al lenguaje. En su primera época consideraba que el lenguaje se asemeja a un mapa de la realidad. Luego, las proposiciones (lo que se afirma, o se niega sobre cualquier hecho), tienen sentido si describen lo que está fuera. Obviamente aquellas proposiciones que no hablan de hechos, que no representan hechos, carecen de significación (por ejemplo afirmaciones de tipo religioso o metafísico). De aquí una conclusión radical: de lo que no se puede hablar, mejor callar [...] Esta tarea de limpieza de la filosofía es tan extrema que, fuera del discurso científico, no queda nada en pie. El lenguaje corriente es defectuoso, tiene muchas proposiciones que no indican nada concreto. El complicado lenguaje corriente -afirma en el Tractatus- no puede captarse en su aspecto lógico. Es sumamente complicado y disfraza el pensamiento de la misma manera que el vestido oculta el cuerpo. En consecuencia hay que buscar el esqueleto lógico que refleja la estructura de los objetos representados. De esta manera, y poco a poco, se puede ir construyendo un lenguaje ideal apto para la ciencia y la filosofía. En esto el quehacer filosófico tiene una tarea y una restricción: no se trata de ‘decir’ lo que es, o cómo es la realidad, sino un aclarar los enredos provocados por la manera que tenemos de simbolizar las cosas (es decir: el lenguaje).
“Wittgenstein insiste, aunque irrite a más de un profesor de metafísica, que en la filosofía no hay nada oculto, todos los datos están en la mano. Preguntar ‘¿qué hora es?’ no ocasiona ningún problema, pero transformarlo en una inquisición sobre la naturaleza del tiempo nos confunde.”

Su preocupación con la perfección moral llevó a Wittgenstein en algún momento a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido que se subestimara su judaísmo. Creo que Ludwig fue atormentado durante su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo e hijo de una católica, fue bautizado en esta fe y su funeral fue asimismo católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.

Hubo en la vida de este hombre, como telón de fondo o música de acompañamiento, una espesa angustia vital que hoy apreciamos en su permanente fascinación con todo lo religioso, al grado de que en una época pensó en tomar los hábitos, aunque tampoco podemos decir que se haya comprometido con alguna religión formal. Se oponía a las interpretaciones religiosas que enfatizan la doctrina o los argumentos filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían los rituales y símbolos religiosos. Equiparaba el ritual religioso a un gesto, como cuando se besa una fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular, como “Te amo”. Como el beso, la actividad religiosa expresa una actitud.

Los Wittgenstein eran una numerosa y acaudalada familia. Karl Wittgenstein fue el más exitoso empresario siderúrgico del Imperio Austro-Húngaro y su casa atraía a personalidades de la cultura, en particular a músicos, entre ellos el compositor Johannes Brahms, quien era amigo de la familia.

Ludwig estudió en Berlín y en Manchester. Su interés en la ingeniería lo llevó a las matemáticas lo cual a su vez lo indujo a reflexionar sobre los problemas filosóficos de los fundamentos matemáticos. El filósofo y matemático Gottlob Frege le recomendó estudiar con Bertrand Russell en Cambridge, en donde impresionó tanto a Russell como a G. E. Moore.
En 1929 fue a Cambridge a enseñar en el Trinity College, y en 1939 fue nombrado ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al magisterio universitario pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en su escritura, mucha de la cual llevó a cabo en Irlanda pues prefería lugares rurales y aislados para su trabajo. Para 1949 había escrito todo el material que sería publicado después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas. Pasó los dos últimos años de su vida en Viena, Oxford y Cambridge y siguió trabajando hasta su muerte en abril de 1951. El producto de esos dos años fue publicado bajo el título Sobre la certeza. Sus últimas palabras fueron: “Díganles que he tenido una vida maravillosa”.

El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su meta es clarificar lo oscuro y confuso. Se sigue que los filósofos no deben preocuparse tanto con lo inmediato, sino con lo posible, o más bien, con lo concebible. Esto depende de nuestros conceptos y de cómo se ensamblan desde el punto de vista de la lengua. Lo que es concebible y lo que no, lo que tiene sentido y lo que no, depende de las reglas de la lengua, de la gramática.

Wittgenstein dijo que en filosofía el ganador es el que llega al último. Pero no podemos escapar a la lengua o a las confusiones a que da lugar, salvo mediante la muerte. En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar esos peligros.

“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar. Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino principalmente recordatorios de lo que todos sabemos. Este no es un papel deslumbrante, sino difícil e importante. Requiere de una capacidad casi infinita para soportar dolores (lo cual es una definición de la genialidad) y podría tener enormes consecuencias para quienquiera que sea atraído a la contemplación filosófica o que haya sido engañado por malas teorías filosóficas. Esto atañe no sólo a los filósofos profesionales sino a cualquier persona que se desvíe a la confusión filosófica, tal vez sin darse cuenta de que sus problemas son filosóficos y no, digamos, científicos.”

Los positivistas lógicos del Círculo de Viena, esa escuela que tan grande influencia ha ejercido en el pensamiento occidental, se declararon impresionados por lo que encontraron en el Tractatus, particularmente la idea de que la lógica y las matemáticas son analíticas, el principio de la verificación, y la idea de que la filosofía es una actividad enfocada a la clarificación, no al descubrimiento de hechos. Wittgenstein dijo, sin embargo, que es lo que no está en el Tractatus lo que más importa.

Recojo una anécdota que nos dejó Bertrand Russell, de cuando conoció a Wittgenstein: “Al final de su primer período de estudio en Cambridge, se me acercó y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si soy un completo idiota o no?’ Yo le repliqué: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta?’

“Él me dijo: ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero, si no lo soy, me haré filósofo’. Le dije que me escribiera algo durante las vacaciones sobre algún tema filosófico y que entonces le diría si era un completo idiota o no.
“Al comienzo del siguiente período lectivo me trajo el cumplimiento de esta sugerencia. Después de leer sólo una frase, le dije: ‘No. Usted no debe hacerse ingeniero aeronáutico’.”

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
20/10/10

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Juego de ojos/“He tenido una vida maravillosa”

Miguel Ángel Sánchez de Armas


Es posible que Ludwig Josef Johann Wittgenstein haya sido el más influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después de Emmanuel Kant. Este hombre singular, que se me antoja un personaje de Buñuel, publicó en vida un solo libro... pero eso sí, el libro, el corpus definitorio, el crisol de las respuestas a todos los problemas de la filosofía. ¡Ni más ni menos!


He aquí una personalidad arrebatadora en el cosmos del sophós poblado por espíritus superiores. Figura de culto, despreciaba lo público e incluso construyó una cabaña aislada en Noruega para vivir en total reclusión. Su sexualidad era ambigua y probablemente fue homosexual, aunque qué tan activo aún es materia de discusión. Fue un niño brillante y tartamudo, vástago de una de las familias más acaudaladas del Imperio Austro-Húngaro. Sus tres hermanos mayores, Hans, Kurt y Rudolf, se suicidaron. Inicialmente se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas lo llevaron a la filosofía. Fue el más brillante alumno de Bertrand Russell. Se enlistó como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino.

Heredó una fortuna a la muerte de su padre y la regaló. Trabajó como ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños, portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto. Curioso curriculum vitae para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”. Al repasar su vida, pienso que Ludwig no era de este mundo. Por lo menos no permitió que ninguna atadura social lastrara su inteligencia y sin miramientos se deshizo de prácticamente todas las convenciones para dedicar su tiempo a lo trascendente. Estoy seguro que su alta como voluntario en el ejército no fue originada en un sentido patriótico o patriotero, sino que tuvo una motivación originada en sus propias turbulencias espirituales, pues fueron precisamente los cuadernos que redactó en las trincheras –y que un enemigo generoso permitió fuesen enviados a su país antes de internarlo en un campo de concentración- la base de la única obra que publicó en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus, en donde escribe que los problemas filosóficos surgen de equivocaciones de la lógica de la lengua e intenta demostrar lo que esa lógica es.

Dejemos que uno de los estudiosos de la filosofía de Wittgenstein, Carlos Salinas, nos dé su punto de vista:
“El pensamiento de Wittgenstein gira en torno al lenguaje. En su primera época consideraba que el lenguaje se asemeja a un mapa de la realidad. Luego, las proposiciones (lo que se afirma, o se niega sobre cualquier hecho), tienen sentido si describen lo que está fuera. Obviamente aquellas proposiciones que no hablan de hechos, que no representan hechos, carecen de significación (por ejemplo afirmaciones de tipo religioso o metafísico). De aquí una conclusión radical: de lo que no se puede hablar, mejor callar [...] Esta tarea de limpieza de la filosofía es tan extrema que, fuera del discurso científico, no queda nada en pie. El lenguaje corriente es defectuoso, tiene muchas proposiciones que no indican nada concreto. El complicado lenguaje corriente -afirma en el Tractatus- no puede captarse en su aspecto lógico. Es sumamente complicado y disfraza el pensamiento de la misma manera que el vestido oculta el cuerpo. En consecuencia hay que buscar el esqueleto lógico que refleja la estructura de los objetos representados. De esta manera, y poco a poco, se puede ir construyendo un lenguaje ideal apto para la ciencia y la filosofía. En esto el quehacer filosófico tiene una tarea y una restricción: no se trata de ‘decir’ lo que es, o cómo es la realidad, sino un aclarar los enredos provocados por la manera que tenemos de simbolizar las cosas (es decir: el lenguaje).
“Wittgenstein insiste, aunque irrite a más de un profesor de metafísica, que en la filosofía no hay nada oculto, todos los datos están en la mano. Preguntar ‘¿qué hora es?’ no ocasiona ningún problema, pero transformarlo en una inquisición sobre la naturaleza del tiempo nos confunde.”

Su preocupación con la perfección moral llevó a Wittgenstein en algún momento a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido que se subestimara su judaísmo. Creo que Ludwig fue atormentado durante su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo e hijo de una católica, fue bautizado en esta fe y su funeral fue asimismo católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.

Hubo en la vida de este hombre, como telón de fondo o música de acompañamiento, una espesa angustia vital que hoy apreciamos en su permanente fascinación con todo lo religioso, al grado de que en una época pensó en tomar los hábitos, aunque tampoco podemos decir que se haya comprometido con alguna religión formal. Se oponía a las interpretaciones religiosas que enfatizan la doctrina o los argumentos filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían los rituales y símbolos religiosos. Equiparaba el ritual religioso a un gesto, como cuando se besa una fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular, como “Te amo”. Como el beso, la actividad religiosa expresa una actitud.

Los Wittgenstein eran una numerosa y acaudalada familia. Karl Wittgenstein fue el más exitoso empresario siderúrgico del Imperio Austro-Húngaro y su casa atraía a personalidades de la cultura, en particular a músicos, entre ellos el compositor Johannes Brahms, quien era amigo de la familia.

Ludwig estudió en Berlín y en Manchester. Su interés en la ingeniería lo llevó a las matemáticas lo cual a su vez lo indujo a reflexionar sobre los problemas filosóficos de los fundamentos matemáticos. El filósofo y matemático Gottlob Frege le recomendó estudiar con Bertrand Russell en Cambridge, en donde impresionó tanto a Russell como a G. E. Moore.
En 1929 fue a Cambridge a enseñar en el Trinity College, y en 1939 fue nombrado ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al magisterio universitario pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en su escritura, mucha de la cual llevó a cabo en Irlanda pues prefería lugares rurales y aislados para su trabajo. Para 1949 había escrito todo el material que sería publicado después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas. Pasó los dos últimos años de su vida en Viena, Oxford y Cambridge y siguió trabajando hasta su muerte en abril de 1951. El producto de esos dos años fue publicado bajo el título Sobre la certeza. Sus últimas palabras fueron: “Díganles que he tenido una vida maravillosa”.

El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su meta es clarificar lo oscuro y confuso. Se sigue que los filósofos no deben preocuparse tanto con lo inmediato, sino con lo posible, o más bien, con lo concebible. Esto depende de nuestros conceptos y de cómo se ensamblan desde el punto de vista de la lengua. Lo que es concebible y lo que no, lo que tiene sentido y lo que no, depende de las reglas de la lengua, de la gramática.

Wittgenstein dijo que en filosofía el ganador es el que llega al último. Pero no podemos escapar a la lengua o a las confusiones a que da lugar, salvo mediante la muerte. En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar esos peligros.

“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar. Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino principalmente recordatorios de lo que todos sabemos. Este no es un papel deslumbrante, sino difícil e importante. Requiere de una capacidad casi infinita para soportar dolores (lo cual es una definición de la genialidad) y podría tener enormes consecuencias para quienquiera que sea atraído a la contemplación filosófica o que haya sido engañado por malas teorías filosóficas. Esto atañe no sólo a los filósofos profesionales sino a cualquier persona que se desvíe a la confusión filosófica, tal vez sin darse cuenta de que sus problemas son filosóficos y no, digamos, científicos.”

Los positivistas lógicos del Círculo de Viena, esa escuela que tan grande influencia ha ejercido en el pensamiento occidental, se declararon impresionados por lo que encontraron en el Tractatus, particularmente la idea de que la lógica y las matemáticas son analíticas, el principio de la verificación, y la idea de que la filosofía es una actividad enfocada a la clarificación, no al descubrimiento de hechos. Wittgenstein dijo, sin embargo, que es lo que no está en el Tractatus lo que más importa.

Recojo una anécdota que nos dejó Bertrand Russell, de cuando conoció a Wittgenstein: “Al final de su primer período de estudio en Cambridge, se me acercó y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si soy un completo idiota o no?’ Yo le repliqué: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta?’

“Él me dijo: ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero, si no lo soy, me haré filósofo’. Le dije que me escribiera algo durante las vacaciones sobre algún tema filosófico y que entonces le diría si era un completo idiota o no.
“Al comienzo del siguiente período lectivo me trajo el cumplimiento de esta sugerencia. Después de leer sólo una frase, le dije: ‘No. Usted no debe hacerse ingeniero aeronáutico’.”

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
20/10/10

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lunes, 18 de octubre de 2010

Juego de ojos / Cultura y comunicación organizacional




Miguel Ángel Sánchez de Armas

Hoy amanecí de vena académica. Así, pues, asestaré a mis diez lectores (100% más de los que calcula tener mi admirado Catón), una cátedra como las que semanalmente resisten mis inermes alumnos.

La palabra comunicación proviene del latín communis que significa común. También en castellano el radical común es compartido por los términos comunicación y comunidad. Ello indica a nivel etimológico la estrecha relación entre comunicarse y estar en comunidad. En pocas palabras, se está en comunidad porque se pone algo en común a través de la comunicación.
Para que haya comunicación es necesario un sistema compartido de símbolos referentes, lo cual implica un intercambio de símbolos comunes entre las personas que intervienen en el proceso comunicativo. Quienes se comunican deben tener un grado mínimo de experiencia común y de significados compartidos.

Existe una corriente relativamente nueva que echa mano de diversas disciplinas tanto de las ciencias sociales como biológicas para demostrar la existencia de una cultura organizacional que norma y conduce la vida de las empresas de forma muy semejante a como se da en las culturas sociales. Es pertinente utilizar un enfoque multidisciplinario para el estudio de las organizaciones empresariales, que como conjuntos humanos son sujetos de estudio de la sociología, la historiografía, la antropología e incluso la paleontología, quizá anteponiendo el prefijo micro a cada especialidad.

En este sentido, quizá no sea un despropósito hablar de una “antropología de la organización empresarial”. Ya en el pasado se han utilizado las herramientas de análisis de esta disciplina para entender las relaciones y jerarquías que se dan al interior de grupos y organismos. No parece incorrecto proponer como parte de la cultura organizacional, una historia, una forma de hacer las cosas y una visión del futuro. Hay autores que hablan de una mitología, de una heráldica e incluso de leyendas, gestas y tradiciones, cuyo estudio y conocimiento son esenciales para entender las razones del crecimiento o desaparición de las organizaciones empresariales, muy a la manera en que mediante el paciente y aplicado escrutinio del Beowulf, los viejos lingüistas de Cambridge pudieron encontrar la génesis de algunas estructuras sociales inglesas.

En una definición formal, cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o grupo social en un periodo determinado; la expresión engloba además modos de vida, ceremonias, arte, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones y creencias. A través de la cultura se expresa el hombre, toma conciencia de sí mismo, cuestiona sus realizaciones, busca nuevos significados y crea obras que le trascienden.

En este sentido amplio se entiende que el conjunto de fundamentos teóricos y la batería de herramientas para el análisis de los sistemas internos de una organización empresarial y las relaciones entre los seres humanos en su interior, deben estar sustentados precisamente en un concepto de cultura. Los mecanismos de conocimiento de la cultura organizacional no son menos complejos que los requeridos para el estudio de lo que llamamos cultura social.

También parece un acierto incursionar en lo historiográfico y mitológico, que si bien son terrenos resbaladizos, ofrecen herramientas para entender la cultura de las organizaciones y evitar, como quería Santayana, caer en errores del pasado, afianzar el presente y dar certeza al futuro.

Una vez establecido que la organización empresarial es una cultura, las herramientas para su estudio pueden ser tan variadas como las empleadas en el estudio de la cultural social. Veamos, a manera de ejemplo, dos aproximaciones: la elitista o autoritaria, y la igualitaria o democrática, para entrar en el análisis de la relación entre comunicación organizacional y cultura organizacional.

La propuesta aristotélica que conocemos como autocrática es una filosofía que propone que la conducción social debe estar en manos de los mejores individuos, los más capaces, en tanto que la filosofía platónica o democrática, sin ser necesariamente el opuesto de la anterior, pone en duda la pertinencia de colocar la conducción social en unas pocas manos y favorece una participación de base más amplia e igualitaria.

Los alcances de estas doctrinas pueden ejemplificarse con dos extremos: un grupo militar y un partido político. En el primero, los integrantes operan en base a una estructura rígida y autocrática, orientada a la consecución de fines muy poco o nada variables, mientras que en el segundo hay una gran dosis de comunicación e interacción de los individuos que ejerce influencia sobre la estructura, estrategias y metas de la organización.

Entre estos polos se mueven la mayoría de las organizaciones. No hay casos puros. En un mismo grupo o empresa se pueden dar distintos niveles de comunicación autoritaria e igualitaria.

Estas propuestas nos permiten analizar los flujos de comunicación y son base para acciones de diseño comunicacional y organizacional que respondan de manera adecuada a las necesidades particulares de una organización.
La relación entre comunicación y cultura organizacional es fundamental. Por ejemplo, la administración científica y burocrática pone énfasis en flujos de comunicación unidireccionales empatados a la especialización de tareas. La administración participativa promueve flujos de comunicación bidireccionales y el intercambio de roles de trabajo. Poner el acento en metas de producción resulta en una comunicación más orientada al trabajo, en tanto que el énfasis en las necesidades individuales da como resultado flujos comunicacionales ricos en contenidos personales.

Que hoy vivimos en una sociedad globalizada es un aserto que nadie cuestiona, aunque determinar cuándo exactamente comenzó esta globalidad puede provocar animados debates. No es fácil encasillar periodos. En la historiografía se fijan arbitrariamente puntos de comienzo para delimitar objetos de estudio. Quizá lo global comenzó en 1844, con la transmisión del primer telegrama público, o cuando Alexander Graham Bell presentó el teléfono en 1876 durante la Exposición del Centenario en Filadelfia -y los asistentes se preguntaban qué utilidad podría tener hablar con otros a grandes distancias si la comunicación escrita era confiable y cómoda. Alguien más podría sostener que fue el 17 de diciembre de 1903, cuando el avión de los hermanos Wright se mantuvo en el aire durante 12 segundos sin que nadie, ni aún los más audaces, pudiese anticipar lo que ese invento significaría para la globalidad. Hay quien propone que la globalización comenzó con la puesta en órbita del Sputnik en 1957, o con la transmisión en vivo de las Olimpíadas de Tokio en 1964, o con el Mundial de Inglaterra en 1966 e incluso con las transmisiones en tiempo real de la Guerra del Golfo.

Algunos científicos sociales ubican la fecha a mediados de la década de los sesenta cuando se desarrolló la red “Arpanet”, madre tecnológica de la Internet, desarrollada por la Advanced Research Projects Agency (División de Proyectos Avanzados de Investigación, ARPA por sus siglas en inglés) del Departamento de Defensa de Estados Unidos, para mantener las comunicaciones en caso de un ataque nuclear.

Otra corriente liga el surgimiento de lo global al desarrollo de las computadoras y sostiene, con lógica, que la conectividad, instrumento de la Internet y por ende de la globalidad, no pudo haberse dado en ausencia de aquellos aparatos de relativamente reciente aparición: Robinson, la primera, entró en operación en 1940 en la Gran Bretaña.

Se tiene el registro de que en 1983, ya con Internet en operación, el número de computadoras personales en Estados Unidos era de seis millones, un crecimiento de mil veces en 23 años. Esta cifra la presentan algunos como soporte medible para fijar el nacimiento de la globalización a mediados de los sesenta. El hecho es que Internet hoy enlaza a millones de personas y a cientos de miles de organizaciones en los cuatro continentes. La transformación del Arpanet en Internet fue, además de sus implicaciones científicas, un cambio cultural que algunos han equiparado al que provocó en su momento la imprenta de Gutenberg. Quizá nunca antes un sistema tecnológico había sido una palanca de cambio tan decisiva como fue la Internet, que obligó a redefinir, entre otros conceptos, los de distancia, fronteras nacionales y... organizaciones empresariales.

Esta globalidad de los mercados derivada de la conectividad que nos dieron las nuevas tecnologías de comunicación e información (TIC) provocó a fines de los setenta y durante los ochenta una avalancha de empresas llamadas dot.com, descarga de energía semejante al “gold rush” que llevó oleadas de aventureros al viejo oeste norteamericano con la certeza de que sacarían el oro a cucharadas de cualquier arroyo.

Y como en el viejo oeste, muchos fueron los perdedores y unos pocos los afortunados. El hecho desató una escuela de investigación y surgieron voces sabias que convocaron a la reflexión y que alertaron contra los mitos del nuevo mercado global.
No sólo las empresas se han visto atrapadas en la globalidad. Las naciones también. Destaca el ejemplo de China, que en menos de 50 años transitó de la convulsión de una revolución marxista, a ser una de las economías de mayor crecimiento en el mundo, crecimiento aparejado con el de usuarios de Internet, que pasaron de 620 mil registrados en 1997 a cerca de 120 millones a fines del 2005.

La comunicación organizacional, pues, es estratégica para la organización empresarial, sea chica, mediana, grande o global, y una herramienta insustituible para fijar la cultura de la organización.

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
13/10/10

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martes, 12 de octubre de 2010

La revolución energética... ¡Bájalo y leelo!



El clima en todo el mundo está cambiando drásticamente: veranos e inviernos más calientes, sequías más prolongadas, lluvias atípicas cada vez más frecuentes, olas de calor que causan grandes incendios, más huracanes y de mayor intensidad... Fenómenos todos vinculados con el cambio climático.

El cambio climático es un fenómeno global provocado por la incesante acumulación de gases de efecto invernadero (GEI), producidos, principalmente, durante la quema de combustibles fósiles como petróleo, carbón y gas, proceso a través del cual obtenemos energía, nos transportarnos y fabricamos los productos que usamos en la vida cotidiana. Entre los gases más dañinos y qué más contribuyen en generar el cambio climático está el dióxido de carbono (CO2).
Desde hace 250 años, la temperatura global del planeta se ha incrementado en alrededor de 0.8 grados centígra- dos (°C) debido a la acumulación de GEI en la atmósfera.

Este incremento ha ocasionado una crisis climática que ya rebasó los hallazgos y pronósticos científicos: la excesiva concentración de GEI en la atmósfera está aumentando la temperatura de todo el planeta a un ritmo acelerado, afec- tando a los ecosistemas y provocando en promedio 150 mil muertes al año por hambre, enfermedades, inundaciones y sequías. Un aumento de la temperatura promedio global de 2°C desencadenaría un cambio climático peligroso con impactos de dimensiones catastróficas. Si queremos mantener el equilibrio de los ecosistemas y la vida tal como hoy la conocemos, el aumento de la temperatura global del planeta debe estar lo más abajo posible de los 2°C para fines de este siglo.

En Hagamos la [r]evolución energética te explicamos este problema y pasamos a la parte de cómo resolverlo. Frente a la crisis climática, la única alternativa es revolucionar la forma en que producimos, distribuimos y utilizamos la energía. Por eso, ¡hagamos la [r]evolución!

Baja el folleto completo de la revolución energética en este link:

http://www.greenpeace.org/mexico/Global/mexico/report/2010/9/hagamos-revolucion-energetica.pdf

lunes, 11 de octubre de 2010

Juego de ojos / De La onda y El juvenilismo

Miguel Ángel Sánchez de Armas



A los doce años ya había leído a Sartre, Hesse y Camus, los cuentos de Maupassant, y Ana Karenina de Tolstoi. Se presentó a los exámenes de sexto año con las mejillas aún vírgenes de rastrillo, pero con El muro bajo el brazo. Y siguió leyendo y escribiendo, se diría que compulsivamente, porque a los 20 publicó su primera novela: La tumba; y a los 22 su segunda: De perfil, interesante libro de 355 páginas que Emmanuel Carballo juzgó inaugural de una nueva etapa en la literatura mexicana (“Si he de ser ingenuamente sincero, tendré que decir que De perfil es la novela mexicana más importante que he leído desde que en 1958 aparece La región más transparente de Carlos Fuentes”) y dio pie a una invitación para escribir su autobiografía en la colección “Nuevos escritores mexicanos del Siglo XX presentados por sí mismos”, la que resulta una breve novela de jóvenes llena de irreverencias y situaciones hilarantes arropadas en una narración fresca y regocijante.

Sí, hablo de José Agustín (1944), ese joven veterano que no ha dejado de leer y escribir durante las casi cinco décadas transcurridas desde que apareció su primer libro. Su precocidad es verdaderamente insólita, porque además de lo publicado ha escrito textos que no salieron a la luz pública, quizá por un exceso de autocrítica.



En la década de los sesenta José Agustín y Gustavo Sáinz encabezaron el llamado “movimiento de la onda”, identificado con la narrativa juvenil mexicana. Quizá las definiciones de esta corriente fueron poco justas con la creatividad de los escritores incluidos en ella, pero útiles para impulsarlos como un grupo con nuevas propuestas en un ambiente literario muy productivo y fértil que quizá de otro modo los hubiese dejado a un lado, o por lo menos hubiese pospuesto su reconocimiento.
Es probable que los escritores también llamados del juvenilismo hayan acarreado a la literatura mexicana una cantidad respetable de jóvenes como ellos, que se veían reflejados en las historias de sus novelas, narradas además con una dosis de humor suficiente para atrapar a cualquier lector.

Dice John Brushwood sobre La tumba que su narrador “es un escritor joven, lleno de aspiraciones, con automóvil y dinero, además de una cierta facilidad para decir agudezas. Es tragicómico, atractivo, devastador, pero carece de odio. No se nos muestra más tolerante de las chifladuras de su propia generación que de las suyas en particular. Hasta se ríe de sí mismo”. Esto, además de ser así, me parece hoy en día uno de los mayores aciertos de la obra de José Agustín: el humor, siempre agradecible, hace distinta su literatura.

José Agustín es un escritor agudo que se ha preocupado por la técnica narrativa, pero no al extremo de entregarse a ella. Esta es, quizá, la razón por la que el humor que maneja en sus narraciones es mucho más fresco. Es decir, está tan bien trabajado ¡que no se nota que está bien trabajado! José Agustín, seguramente por un peculiar rasgo de carácter, ha conservado el manejo del humor en prácticamente todos los géneros en los que ha incursionado. Muchos de los pasajes de sus novelas son verdaderamente desternillantes. El gusto por los juegos de palabras, que siempre me ha parecido uno de los rasgos nacionales más apreciables, la invención de vocablos y las situaciones hilarantes o la forma de narrarlas, está lo mismo en sus novelas que en sus obras de teatro en incluso en sus crónicas.

Ciudades desiertas es una novela por la que tengo un aprecio particular. Su mirada irónica de la sociedad estadounidense y una crítica implacable -incluso de aquello que deseamos y nunca lograremos ser-, la convierte en burla de muchas manifestaciones idiosincráticas tanto de gringos como de mexicanos. Eligio, el protagonista, no tiene inconveniente en tomar lo que le gusta de la sociedad gabacha e incluso alabarla, pero al mismo tiempo puede ser lapidario con esos personajes lastimosamente progresistas y trabajadores.

La producción narrativa de José Agustín me parece una misma obra que toma muchas y variadas direcciones. Incluso La tumba, que no tiene la connotación de obra menor por ser la primera sino que es la inauguración de un estilo que va creciendo y perfeccionándose. De perfil y Se está haciendo tarde son fieles al estilo inaugural pero con una preocupación más notable por la técnica. Por cierto en su autobiografía –necesariamente breve porque contaba apenas 22 años-, José Agustín revela que tomaba rigurosísimas clases de sintaxis. La tumba, De perfil e incluso la autobiografía, reflejan el resultado que esta disciplina y preparación ejerce en la narrativa. Nuevos temas, nuevas propuestas que se entregan más fácilmente con una técnica propia y con un manejo limpio y fluido del lenguaje. José Agustín utiliza con maestría su excelente manejo del español. No es un escritor afectado por el afán de ser cuidadoso. Al contrario, el conocimiento de su idioma le permite volcarse con frescura en los temas de su interés con las herramientas elegidas. Dice Reinhard Teichmann que “lo que llama la atención en particular es el estilo narrativo que desarrolla José Agustín (en La tumba y De perfil): mezcla la prosa descriptiva y el diálogo coloquial de tal manera que se produce una continuidad narrativa sin interrupción”. De hecho, es la técnica que sigue perfeccionando José Agustín en sus novelas posteriores.

Con un estilo peculiar y que parece no agotarse, en Se está haciendo tarde (final en laguna) crea atmósferas que permiten sondear el tedio y la experimentación de conductas en una sociedad decadente, en una cierta clase social. En El rey se acerca a su templo muestra una faceta de las relaciones matrimoniales en la que no enjuicia los modelos tradicionales sino que los contrasta con una nueva modalidad: el matrimonio entre jóvenes enfrentados a situaciones que les impone la vida moderna. Ciudades desiertas, de la que ya hablé, es interpretada por muchos como una denuncia de la sociedad de consumo estadounidense y de su impacto perjudicial en la escala de valores humanos. Sin embargo, me parece que esta novela ofrece algo mucho más valioso: la confrontación de culturas, el subdesarrollo -con el que no es complaciente- frente al primer mundo, la reivindicación de una sociedad frente a otra que progresa, la ingenuidad de la sociedad latina frente al poderío de la que aparentemente no tiene valores. Esa novela, que apareció en 1986, tiene una enorme vigencia para quienes se interesan en la historia sin fin que es nuestra relación con Estados Unidos.

Quizá Brushwood tiene razón al señalar que José Agustín abandona el movimiento de la onda después de Inventando que sueño. Su análisis de la sociedad mexicana es mucho más presente y agudo, los temas se diversifican y están presentes no sólo los jóvenes. La mirada en el centro y No hay censura son libros de relatos que muestran a un escritor más involucrado con su entorno social, pero siempre con mucho humor. Por ejemplo, José Agustín consigna con su peculiar estilo el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, en el relato “En la madre, está temblando” que se incluye en No hay censura.

Este escritor desenfadado, imaginativo y observador implacable puede hacer literatura a partir de elementos sorprendentes. Paseo en taxi, cuento publicado en un pequeño cuadernillo, tiene como pretexto la discusión entre un pasajero y un taxista, porque el segundo se niega a bajar las maletas del primero. La situación evoluciona hasta lo absurdo, pero es muy reveladora de la condición humana en su aspiración por alcanzar posiciones de poder. Amor del bueno es una obra de teatro que también aborda situaciones extremas a partir de una situación simple: una discusión entre los asistentes a una boda, que desemboca en un conflicto entre los contrayentes. Estas dos narraciones están llenas de imaginación, de recursos y de humor. José Agustín ha contado que se le ocurrió trabajar Amor del bueno a partir de una nota periodística que daba cuenta de una boda que terminó en una delegación de policía. Resulta siempre atractivo conocer el trabajo de armazón interno de los textos literarios que leemos, porque nos descubren el trabajo, el verdadero trabajo, del escritor.

He dejado para el final, porque desde mi punto de vista merece una mención especial, la obra en tres tomos titulada Tragicomedia mexicana, un repaso de la vida en México de 1940 a 1994. Este trabajo conjuga una visión periodística, sociológica y cultural de la vida social y política del México moderno. Crónica hábil e inteligente que demuestra un gran manejo del oficio periodístico, es resultado de la lectura de libros, diarios, revistas, numerosas entrevistas y un cuidadoso trabajo de sistematización de información, diestramente presentados para dar como resultado una crónica de fácil y atractiva lectura que encierra gran cantidad de lecciones de historia sobre la vida reciente de nuestro país.

Tragicomedia mexicana es una especie de obra que parece impensable para un escritor de ficción, porque tiene altos requerimientos de disciplina y organización. Su lectura, sin embargo, es una delicia. Estoy seguro de que todo aquel que se ha enfrentado a la historia como requisito académico quisiera haber tenido a la mano textos como el de José Agustín. Entre 1990 y 1998 aparecieron estos tres tomos que condensan buena parte de la vida política, social y cultural de México, con un estilo que admite la inclusión de una gran cantidad de anécdotas pertinentemente elegidas para convertirse en el hilo conductor de la narración. Esta elección forma parte del estilo de José Agustín, quien a pesar de narrar episodios que conjugan, como señala su título, lo trágico y lo cómico de la vida mexicana, no abandona el humor.

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
6/10/10

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viernes, 8 de octubre de 2010

PREMIACIÓN DEL CONCURSO INTERNACIONAL DE PROGRAMAS RADIOFÓNICOS

Comunicado de prensa No. 17
México, D.F., a 8 de octubre de 2010.


• Con la premiación del Concurso Internacional de Programas Radiofónicos, concluyó la 8ª Bienal Internacional de Radio

• Producciones radiofónicas de Argentina, Oaxaca, Veracruz, Jalisco y Chiapas, obtienen reconocimiento en el encuentro

“La realización de encuentros como la Bienal Internacional de Radio, son prueba de la vigencia del espíritu de la radio y de la necesidad que tiene la radio pública de reinventarse”.

Están fueron palabras de Antonio Tenorio Muñoz Cota, director de Radio Educación, al clausurar la 8ª Bienal Internacional de Radio, donde fueron premiados los ganadores de las 6 categorías del Concurso Internacional de Programas Radiofónicos.

Acompañado de Raúl Arenzana, secretario ejecutivo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; de Samuel Muñoz, presidente de la Red de Radiodifusoras y Televisoras Educativas y Culturales de México; de Enrique Atonal, jefe de servicios culturales en español de Radio Francia Internacional, así como de los catedrático Gabriel Sosa y José Ignacio López Vigil, resalta que en un mundo marcado por las desigualdades, la radió publica tendrá que reinventarse.

“No dejemos, sin embargo, de insistir en que marcada por un mundo cuyas desigualdades en todos los órdenes son en no pocas ocasiones, y en particular en nuestra América Latina ominosas, la radio pública lo será de modo auténtico, en la medida en que sea capaz de ser, desde su carácter público, una radio de lo público. Es decir, de lo que nos compete y responsabiliza a todos”.

Luego de una semana de debate, análisis y actividades culturales, concluyó la 8ª Bienal Internacional de Radio, con la Premiación del Concurso Internacional de Programas Radiofónicos, donde se dieron a conocer los nombres de los ganadores de las distintas categorías.

Premiación y clausura del foro que durante una semana, reunió a especialistas, legisladores y académicos de distintas partes del mundo, en torno a aspectos como la convergencia tecnológica, las políticas públicas, la radio digital, los creadores y autores en el mundo digital, así como los retos de la radio pública y su relación con las audiencias.

El concurso, cuyo propósito consiste en estimular la radio de calidad, reconocer la creatividad, así como la pertinencia en el uso del lenguaje radiofónico, contempló las categorías de: Radiorama, en la que obtuvo el 1er lugar “La cabeza del ciervo”, de la serie Cabezas, a nombre de Tania Patricia Negrete Sansores; el segundo lugar fue para “Secretos argentinos: Caso Demonty, morir en el riachuelo”, de Marcelo Camaño y Miriam Lewin; en tanto que el tercer lugar correspondió: “Al viaje de los Cantores” de Eloísa Díez de Radio Universidad Veracruzana, mientras que el jurado decidió otorgar una Mención Honorífica a “Una vieja canción del siglo XX”, presentado por Octavio Sierra y Martín Hernández.

En el género de Reportaje Radiofónico, el primer lugar fue para “El poder de la trata”, presentado por Ari Lijalad de Argentina; el segundo fue otorgado por “Biografía rock 101. 1984-1996” a Uriel Waizel Gurfein, en tanto que el tercer lugar correspondió a “Prueba de vida” de Lucano Romero Cárcamo. El jurado decidió entregar dos menciones honoríficas en este género. La primera por “Mujeres de luz” de Aldo Meza Corona y a “La historia del reggae en Guadalajara de Omar Solorio de León.

En Revista Radiofónica, el premio principal fue para “El ABC de la detección temprana del cáncer de mama” a nombre de María Teresa Juárez Sánchez e Irina Ivonne Vázquez Zurita; el segundo lugar de Susana Solís Esquinca y Candelaria Rodríguez por el programa “Siempre mujeres” y el tercer lugar a Edmundo Cepeda por, “No haga ruido”, en tanto que el jurado otorgó Mención Honorífica a Jade Ramírez Cuevas Villanueva por “Presa Zapotillo. Entre inconsistencias, alternativas y resistencia”.

En el género de Radioarte, el jurado designó al programa “Oídos de acero” de Zael Ortega Pérez con el primer lugar; el segundo fue para “El canto de las sirenas”, de Viviana Ramírez Trejo y el tercero para “Creo en ti”, de Marco Antonio Barajas Ponce. Hubo Mención Honorífica para “Asfalto manifiesto. Ronqueras 1940-2005 de Jade Ramírez Cuevas Villanueva.

En Programa Infantil, el primer lugar fue para “Sabines en sueños” de Raymundo de Jesús Zenteno Mijangos; el segundo a “Viaje al mundo de la imaginación” de Rabí Hernández Corona y el tercero a “Microbitos” de Gerardo Olguín Fernández, Pilar Eunice Martínez Martínez.
En Programa indigenista, el reconocimiento del correspondió a “L agente de la Tierra. Sonidos del pueblo mapuche de Nicolás David Falcoff; el segundo para “La sexualidad en la cultura prehispánica de alonso Torres Córdova y el tercero a “Maternidad segura: sangrado durante el embarazo de Arturo Guerrero Osorio.

Los premios para los primeros, segundos y terceros lugares de cada categoría son de 30, 25 y 20 mil pesos, respectivamente.

Concurso que en esta emisión recibió más de 400 programas que abarcan los géneros en concurso y muestran discursos mediáticos, cuyas aportaciones culturales, sociales y estéticas son de relevancia.

Espacio para la revisión y deliberación de la radio pública a nivel mundial, como señalara Antonio Tenorio Muñoz Cota, director de Radio Educación -organizadora de este encuentro-, la 8ª Bienal Internacional de Radio reunió a más de 60 profesionales y académicos de más de 10 países, a 20 organismos públicos y organizaciones sociales, contó con la representación de 11 universidades tanto nacionales como extranjeras y se registraron 250 participantes en la decena de talleres impartidos.

La 8ª Bienal Internacional de Radio fue transmitida en vivo vía Internet y en su página, los interesados tuvieron acceso a materiales informativos de las cinco mesas redondas e igual número de conferencias magistrales, desarrollados a lo largo de cinco días de actividades en el Centro Nacional de las Artes (Cenart).

Defensores de la audiencia

Comunicado de prensa No. 16
México, D.F. a 8 de octubre de 2010.

MESAS REDONDAS


• Medios públicos y privados están obligados a autorregularse, ya que para transmitir sus contenidos hacen uso de un bien público como lo es el espectro radioeléctrico, coinciden defensores de la audiencia del IMER, Canal 22 y Radio Educación.

• El desempeño de un ombudsman de la audiencia debe incluir la alfabetización mediática, la cual consiste en velar por el correcto funcionamiento ético de un medio, considera Susana Herrera, profesora e investigadora de la Universidad Carlos III de Madrid.



Los medios públicos y privados deberían estar obligados a autorregularse ya que, independientemente de su característica jurídica, para transmitir sus contenidos hacen uso de un bien público como lo es el espectro radioeléctrico, así lo señalaron los participantes en la mesa redonda Defensores de la Audiencia, con la que concluyeron las actividades de la Octava Bienal Internacional de Radio.

De manera particular, Felipe López Veneroni, mediador del Instituto Mexicano de la Radio, IMER, consideró que “constitucionalmente el concesionario debería estar obligado a autorregularse, puesto que los ciudadanos a través del Estado, les estamos dando en concesión, a un grupo en particular, el derecho y el privilegio de explotar comercialmente un medio”.

Y, eso, los obliga ética y jurídicamente a “tener un mecanismo de rendición de cuentas ante ese público que le entregó en concesión el medio”, por ello, el mediador del IMER se manifestó a favor de que se lleven a cabo las reformas legales pertinentes en esa materia.
Con esta postura López Veneroni cuestionó el hecho de que sólo los medios públicos en México cuenten con una figura para defender a su audiencia, el también profesor e investigador titular de la Universidad Nacional Autónoma de México, habló de la importancia de establecer un marco de principios a fines para que las acciones mediadoras y de defensoría de las audiencias se den a través de un diálogo abierto que tenga alcances para lograr acuerdos consensuados; así como establecer puentes de acercamiento que, respetando las diferencias, favorezca puntos de vista comunes en beneficio de la calidad de los contenidos mediáticos; además de establecer ámbitos de cooperación que faciliten la comunicación entre el medio y su público.

En su oportunidad, Ernesto Villanueva, defensor del radioescucha de Radio Educación, se refirió al problema reiterado que existe entre los conceptos de regulación y autorregulación, y aclaró que aunque en ambos ámbitos hay normas y reglas de conducta también hay diferencias: en el caso de la regulación las normas son jurídicas e impuestas para todos; mientras que, en la autorregulación las reglas son autónomas y deontológicas, es decir, “regidas por códigos de ética que no tienen porque seguirlas todos, sino quien se las propone”.

En este sentido, el doctor Villanueva Villanueva destacó que tanto la regulación como la autorregulación son complementarias y pueden y deben coexistir para que los medios emprendan la consolidación de las figuras de los defensores de la audiencia que, entre otras cosas, tienen el propósito de intervenir para que se mejore la calidad de los contenidos de los medios, pero, también de fomentar el derecho de la libertad de expresión, en otras palabras “verificar que el medio cumpla con sus obligaciones sociales de manera razonable”, indicó el defensor del radioescucha de Radio Educación.

Por su parte, Susana Herrera Damas, profesora investigadora de la Universidad Carlos III de Madrid, apuntó que los defensores de la audiencia, también deben ser fungir como instrumentos para alfabetizar en materia del consumo de los contenidos mediáticos.

Para la investigadora española, el desempeño del ombudsman de la audiencia también debe ser un mecanismo de autorregulación y su aportación debe incluir la alfabetización mediática, la cual consiste en velar por el correcto funcionamiento ético de un medio; sin embargo, pese a la importante labor que esto implica el número de defensores de los medios en todo el mundo sigue siendo muy pequeño, sobre todo en radio y en los medios privados.

Respecto a la experiencia que se vive en el Canal 22, André Dorcé, coordinador de la defensoría del televidente, subrayó que el fin último de esta figura es que la audiencia se apropie de los medios y sus contenidos porque son suyos y tienen que representarlos, así como generar una cultura de la transparencia y la rendición de cuentas, además de transformar las dinámicas de hábitos culturales de audiencia.

La radio ante las nuevas tecnologías

Comunicado de prensa No. 15
México, D.F. a 7 de octubre de 2010.

Conferencia Magistral

• Las innovaciones de la convergencia tecnológica no provocarán a la muerte de la radio; por el contrario, ésta “goza de buena salud” ya que incorpora los cambios como parte de su crecimiento y fortaleza, así lo considera Mariano Cebrián, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.

• El reto de las nuevas formas de transmitir radio deben contemplar la naturaleza del medio, por ello Mariano Cebrián se manifiesta a favor del “uso de los radioblogs, fonochats y fonoforos”, ese es el gran reto de la radio y su desarrollo por Internet, apuntó el especialista español.




Hoy “frente a los pronósticos de muerte; la radio goza de buena salud. Ahora, como siempre, incorpora las innovaciones como crecimiento, variedad y fortaleza para afrontar la crisis”, así lo consideró Mariano Cebrián Herreros, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, en la Conferencia Magistral La radio ante las nuevas tecnologías, que dictó como parte de la cuarta jornada de la 8ª. Bienal Internacional de la Radio.

Para el investigador español, la radio es uno de los medios que ha pasado por las peores crisis, al competir con la televisión y ahora con tecnologías como el Internet; sin embargo, su movilidad le ha permitido trasladarse y adaptarse a las nuevas tecnologías, creando nuevos modelos de interacción pero sin perder su naturaleza, ya que los contenidos que se emiten por las ondas herzianas están siendo trasladados a las plataformas tecnológicas que van desde la radio que se emite por cable, por satélite y hasta por la red.

En este sentido, Cebrián Herreros se manifestó a favor de impulsar la creatividad en materia de contenidos radiofónicos. Y es que, más allá de las grandes ofertas del triple play que incluyen el acceso a servicios de texto, telefonía e Internet, en el que se puede acceder a la ciber-radio y a la televisión, el propósito fundamental tiene que ser el fomentar las características del medio aun en otras plataformas.

Por ello, sugirió que la radio a través de la convergencia tecnológica impulse innovaciones como “el uso de los radioblogs, fonochats y fonoforos” y así aplicar la materia prima de la radio, ese es el gran reto de la radio y su desarrollo por Internet, señaló Mariano Cebrián durante su participación en la Bienal de Radio.

Al referirse a otros de los cambios provocados por la convergencia tecnológica, el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, detalló las transformaciones que ha tenido la audiencia al convertirse en emisora y receptora de contenidos, a esta nueva faceta la denominó como era del emerec, que se caracteriza por promover la interactividad cruzada de sistemas de emisión.

Ante estos cambios es necesario plantearse un nuevo tratamiento de la información, así como promover escuchar al oyente y generar nuevos productos “para intensificar la presencia de los usuarios” no sólo mediante contenidos sino por medio de servicios adicionales que se pueden formar en la red.

Las radios corporativas o la carta son otras de las modificaciones radicales que se han generado en esta diversificación de la radio; en el caso de las primeras, éstas son promovidas por las empresas con el propósito de mejorar el ambiente en el lugar del trabajo y hacer más productivo lo laboral.

Dentro de sus conclusiones en torno a la radio pública, ya sea que se desarrolle en soportes tradicionales como las ondas herzianas o en plataformas alternativas como el cable, las ondas satelitales o el Internet, Cebrián Herreros, apuntó que el fin debe ser “tener todos los contenidos, pues lo que varía de la radio pública es el enfoque de la sensibilidad social, de la sensibilidad del desarrollo integral de las personas, de la sensibilización para la educación, la cultura, la defensa de los valores constitucionales y de la veracidad”.

Por último, añadió que la creación de contenidos y servicios, con esas características es el reto de los procesos comunicativos, y para ello hay que tener imaginación; imaginación para llenar de contenidos los múltiples canales de radio que se generan con la convergencia tecnológica.